Era toda una gran oportunidad de poder colgarse por primera vez la medalla de oro en unos Juegos Olímpicos con la franela de la selección australiana de baloncesto; iba a superar incluso su anillo de campeón obtenido con los Spurs en la temporada del 2014.
La posibilidad de alcanzar el máximo sitial en el podio olímpico no era nada descabellado, pues ya Australia sabía como ganarle a la poderosa Estados Unidos, escuadra siempre favorita en estos torneos. Una de las figuras de la selección oceánica era Aron Baynes, pivot de más de 2 metros de estatura, y que en esta competición viviría un momento que pudiera marcar para siempre su vida profesional.
Era el 25 de julio del 2021, primer encuentro de Australia en la disciplina del baloncesto masculino en la edición de Tokyo 2020, enfrentando a Nigeria; la primera parte transcurría sin ningún problema, pero al momento de salir de nuevo a la cancha para el calentamiento de rigor de cara al tercer cuarto, sucedió lo impensable.
Baynes en medio de su entrada en calor, tomó un balón para intentar hacer una volcada, pero previo a esto se había colocado una especie de gel hidroalcohólico en sus manos, esto como parte de los protocolos para el covid-19, lo que ocasionara que sus manos se escurrieran del aro y por consiguiente perdiera el equilibrio, cayendo de forma abrupta al tabloncillo, golpeándose en su espalda y cuello.
A manera de precaución, el jugador no fue colocado en el resto de ese partido; tres días después llegaba el turno de enfrentar a Italia, y entre el tercer y el último cuarto, Baynes se fue corriendo al baño. A mediados del último periodo, el seleccionador quiso que saliera, pero no se le vio en el banquillo.
Un miembro del equipo fue a buscarle y le encontró cerca del baño, tirado en el suelo y con dos heridas en la parte superior de un brazo; inmediatamente se le avisó al cuerpo médico de la delegación, ya que el pivot no podía levantarse y estaba desorientado. Solo recordaba haber ido al baño y nada más.
Fue entonces cuando comenzó cualquier cantidad de hipótesis con respecto a lo que le pudo haber sucedido; un posible mareo que propiciara su caída al suelo y golpeara su cabeza era una de ellas. Se ponía de pie pero era incapaz de sostenerse y caminar; tuvo que ser ingresado a un hospital de Tokio, el cual no le permitían recibir visitas por los estrictos controles anti-covid.
“Fue el momento más solitario de mi vida, entrando y saliendo de la conciencia, repasando mi plan de vida y mis metas y simplemente llorando“, fueron las primeras declaraciones de Baynes a una entrevista para la cadena ESPN. Recordando que en su familia ya hubo un antecedente con un tío de nombre Dom, quien tuviera un accidente hace 10 años y es tetrapléjico, algo que le hacía incrementar aún más su temor.
Fueron casi dos semanas encerrado en esa habitación de hospital, aislado, con muy poca comunicación; estaba viviendo un verdadero infierno, sólo enfocado en poder mantenerse en pie, ya que los médicos le dijeron que si podía levantarse podría tomar el vuelo de regreso a Brisbane y volver a su país.
Sentía mucho dolor en sus extremidades, siendo ayudado por el personal médico para moverse y hacer sus necesidades humanas; “no podía soportarlo. Era como una combinación de ardor, fuego y cuchillos. Necesitaba los analgésicos, pero me dejaban inconsciente de inmediato, así que tenía que programar todo en medio de los partidos. Las enfermeras mostraron mucha compasión“.
Los médicos pensaron primero que había sido una conmoción cerebral; sin embargo, Baynes empezó a sentir hormigueo en sus piernas y no podía mover el brazo izquierdo. Entonces, se supo que podía ser algo más. Una resonancia magnética desveló una hemorragia interna que presionaba su médula espinal, restringiéndole su movilidad. Un neurocirujano australiano le dio esperanzas, ya que había visto un caso semejante.
Diez días después del incidente, Australia se pudo llevar la medalla de bronce tras vencer a Eslovenia, y lógicamente Baynes no quería perderse el momento de la premiación, la cual pudo apreciar en medio de tantos analgésicos recibidos, sin evitar llorar una vez que anunciaran su nombre en medio de la ceremonia.
Sus compañeros Matthew Dellavedova y Nathan Sobey fueron al hospital a llevarle su medalla, aunque debieron hacerse pasar por médicos, y pudieron apreciar un Aron Baynes en mejores condiciones y con algo más de ánimos. Se pudo comunicar con su esposa por ‘facetime‘ y ver a su hija de seis meses, algo que lo hiciera llorar de nuevo.
Pocos días después pudo regresar a su hogar y continuar con su programa de recuperación, luego de luchar en una silla de ruedas y con las incómodas medidas de cuarentena que lo mantenían aún más alejado de su entorno. Fue una verdadera pesadilla, pero sus ganas de abrazar a su esposa e hijos le ayudaron lo suficiente.
Luego de par de meses, pudo caminar y correr de nuevo, incluso rebotar un balón y de a poco comenzaba a preparar su vuelta a la élite del baloncesto, probando con algunos equipos en Las Vegas; de momento, concretaba un acuerdo con los Brisbane Bullets de la liga australiana, con cláusula de salida hacia la NBA.
Se puede decir que fue todo un milagro su pronta recuperación, el cual se pudiera terminar de cristalizar en caso de volver al mejor baloncesto del mundo; Baynes, además de San Antonio, llegó a militar con los Detroit Pistons, Boston Celtics, Phoenix Suns y los Toronto Raptors hasta el 2021, previo a su convocatoria para los olímpicos. ¡Esperamos verle de vuelta!