James Harden es otro de esos, como Charles Barkley, Chris Paul o Al Horford por solo citar, otro de esos grandes jugadores de baloncesto que andan por ahí sin haber ganado un anillo y quizás, esa sea la cruz que lo marque durante el resto de su carrera, aunque a veces, como ahora con los Sixers de Filadelfia tal parece que no, que Harden, reinventándose como tantas veces, lo puede ganar todo.

Y Harden no ha ganado un anillo, estuvo cerca, allá por la temporada 2011-2012, hace diez años ya, cuando vistiendo la franela de Oklahoma City Thunder tuvo que ver como el Miami Heat de LeBron James y Dwayne Wade se alzaban con la corona.

La estela

No obstante, Harden fue Mejor Sexto Hombre en 2012, MVP en 2018, en tres ocasiones Máximo Anotador de la NBA y con los Houston Rockets cimentó su legado y pudo haber ganado, debió ganar algún título, pero no, una y otra vez quedaba a las puertas.

Por una década, fue uno de los tipos duros en el Salvaje Oeste y si bien su llegada en 2021 a los Nets de Brooklyn debió representar la posibilidad de hacerse con el tan ansiado título tras el reencuentro con Kevin Durant, los hechos demuestran que fue lo contrario.

Nunca se encontró en la cancha, perdió ritmo y hasta confianza y ya en el momento de su traspaso a Filadelfia había dejado de ser aquel imponente jugador capaz de cambiar el curso de los partidos.

 El otro James Harden

Su arribo a la franquicia de Pensilvania y la asociación con Joel Embiid, generó un cúmulo de expectativas en la fanaticada de un equipo que había vivido sus mejores años a comienzos de los 2000 con la figura de Allen Iverson y veía demasiado alejado en el tiempo aquella época dorada con Julius Erving y Moses Malone, cuando llegaron a ganar el anillo allá por 1983.

Al momento, con Harden y Embiid emergieron las analogías y muchos pensaron que los años de gloria volverían y si bien los Sixers regresaron a la postemporada otra vez, no pudieron sostener el empuje de un poderoso Miami Heat en una de las semifinales de la Conferencia Este en la pasada campaña.

La actitud

Y llovieron críticas, sobre Harden y el entrenador Doc Rivers, con “La Barba” cargando con buena parte de las culpas en el plano deportivo y la trama trascendió hasta la temporada baja, con Harden dándole el pecho al asunto de la manera en la que solo los grandes lo pueden hacer.

Aceptó un nuevo contrato, rebajándose casi 15 millones de dólares de su salario y ayudando a que los Sixers pudieran hacerse de hombres importantes en el mercado como PJ Tucker, por mencionar la reivindicación de la faceta de Harden como buen compañero, así como su sentido de pertenencia con la organización.

A su vez y quizás sea lo más importante, desde el día 1 se vio a un James Harden metido de lleno en el gimnasio, buscando apretar con las cargas y por ende recuperando la forma, esa que había perdido luego de salir de Houston.

El mejor presente

La ilusión regresó a Filadelfia y los destellos que había dejado la pretemporada generaba optimismo en la afición, pero con el arranque de la nueva campaña, cuatro derrotas consecutivas sembraron otra vez las dudas y se comenzó a suponer lo peor.

Harden debía asumir y lo hizo, erigiéndose como el referente ante la ausencia de Embiid, explotando la media distancia como nunca y recuperando su potencial ofensivo de antaño, 21,8 puntos por partido, 7,3 rebotes y 10 asistencias; dejando en cada una de las últimas salidas, la sensación de ir a por más.

Si la historia de los Sixers ha dado un giro radical con las ultimas victorias es gracias en buena medida al impacto de James Harden, el renacido, ese otro James Harden que como aquel de hace ocho o diez años, da la idea de poder con todo y contra todos.