Tras caer 3-1 ante los Indiana Pacers en las Finales del Este, los New York Knicks enfrentan una crisis existencial. El joven base Miles McBride pidió autocrítica y fortaleza mental en el vestuario. ¿Será suficiente para salvar su temporada y reescribir la historia?

La historia parecía estar del lado de los New York Knicks. Luego de dejar atrás a los poderosos Boston Celtics y evitar a los peligrosos Cleveland Cavaliers, la vía hacia su primera final de la NBA desde 1999 —y quizás su primer título desde 1973— lucía más abierta que nunca. Pero cuando más alta parecía la expectativa en la Gran Manzana, más dura ha sido la caída.

El martes por la noche, los Indiana Pacers asaltaron nuevamente el protagonismo con una victoria 130-121 que los deja con ventaja de 3-1 en las Finales de la Conferencia Este. Lo que se perfilaba como un año mágico para los Knicks ahora pende de un hilo, y en medio del desánimo, emergió una voz que trajo algo de claridad desde el vestuario: Miles McBride.

Controla lo que puedas controlar. Hay que mirarnos al espejo, ser conscientes de lo que debemos mejorar y salir a hacer el trabajo”, declaró el joven armador, según el portal SNY Knicks Videos. Es una frase que va más allá del cliché. Resume una urgencia existencial: si los Knicks no se transforman desde lo mental, están acabados.

El poder de la banca rival y la lección de Haliburton

Indiana ha dominado la serie no solo desde lo táctico, sino también desde la identidad. Bennedict Mathurin anotó 20 puntos en apenas 20 minutos saliendo del banco, mientras Tyrese Haliburton firmó un triple-doble que será recordado por años. A su lado, Pascal Siakam se ha convertido en el símbolo de la experiencia ganadora que tantos anhelan.

Mientras tanto, en el otro costado, el conjunto de Tom Thibodeau da señales de desgaste emocional y físico. McBride jugó solo 15 minutos, pero sus palabras evidencian lo que se ve desde fuera: falta cohesión, concentración y, sobre todo, determinación colectiva.

Las estrellas responden, pero no basta

Jalen Brunson, incluido en el Segundo Equipo All-NBA, anotó 31 puntos. Karl-Anthony Towns sumó un doble-doble a pesar de las molestias en la rodilla. El talento no está en duda. Lo que está en tela de juicio es la capacidad de este grupo para mantenerse firme cuando la adversidad golpea.

En este punto, ni la estrategia ni los ajustes individuales parecen ser la clave. El entrenador deberá tomar decisiones importantes —como el uso de Mikal Bridges y la distribución del balón—, pero será la fortaleza emocional del equipo la que marcará la diferencia en el Juego 5.

Mirarse al espejo: una necesidad urgente

McBride dio en el clavo: antes de pensar en remontadas heroicas o gestas épicas en el Madison Square Garden, los Knicks deben examinarse. El talento no ganará el quinto juego si no viene acompañado de disciplina, concentración y humildad.

No es solo cuestión de evitar errores o rotar mejor la defensa. Es una cuestión de carácter. El equipo de la ciudad que nunca duerme necesita despertar. Y rápido.

Este jueves puede ser la última vez que los Knicks jueguen en casa esta temporada. Un equipo que soñaba con finales y anillos podría quedarse con el amargo sabor del “casi”.

Si quieren cambiar el guion, deben empezar por lo más básico: creer. No en los medios, no en el ruido externo, sino en su identidad. Y para eso, McBride ha dado el primer paso: reconocer que el enemigo más grande no es Indiana. Es la falta de claridad interna.

El Juego 5 será, más que una batalla táctica, una prueba del alma de estos Knicks.

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