“… Horrible, honestamente horrible…”- sentenció y reiteró Aaron Hicks a The Athletic, al ser increpado sobre su temporada con los Yankees de Nueva York, horas después de poner fin a una fea racha de 32-0 el pasado domingo en San Luis.

Y uno escucha las palabras de Hicks, revisa en las estadísticas, mira los videos, visualiza sus gestos, su ansiedad, su rostro asustado a veces, su sonrisa seca y entiende con nitidez esa mirada al cielo, hace dos días en Busch Stadium, tras anotarse hit con una línea corta detrás de tercera, a menos de 60 millas por hora según Statcast.

Una batalla constante por acomodar su swing que ha roto las expectativas de cuatro meses atrás, cuando habló de una temporada de 30 jonrones y 30 bases robadas.

Luces y sombras

Las cosas cambiaron tanto, que hasta Cashman pensó en cambiarlo para la fecha límite de cambios, pero se dio el mejor trato y Hicks siguió en la banca, mirando como sus oportunidades se limitaban con la llegada de hombres como Harrison Bader y Andrew Benintendi, ambos con mejor proyección que el jardinero de 33 años.

Si la afición clamaba por una salida de Joey Gallo, también Aaron Hicks recibía, recibe fuertes criticas de hecho por su paso inestable y de pensar en 30 jonrones, esta sopesando su existencia en el Bronx, pensando quizás en una posible salida a finales de año.

Los Yankees le deberá 42 millones a Hicks a partir del año entrante, pero nadie duda que Brian Cashman busque la alternativa más viable para deshacerse del ambidiestro, un hombre llamado a bañarse de gloria pero que como tantos ha quedado a deber.

Al momento de escribir este texto, Hicks compila para una hoja de corte de 224/349/317 con 6 jonrones y 32 carreras impulsadas en 97 juegos disputados; números bien alejados de su anhelo de 30-30, una marca lejana en el tiempo dentro de la franquicia, nada menos que veinte años atrás, cuando el dominicano Alfonso Soriano la alcanzó por dos campañas consecutivas, 2002 y 2003.

Lo mejor y lo peor

Luego de un comienzo aceptable en abril, para los primeros 15 juegos, Hicks se desplomó por completo en mayo, rebasando apenas los 200 de average, la llamada Línea Mendoza con un OPS de 394 que decreto un estado de alarma en la fanaticada.

Sin embargo, en junio y de modo particular en julio, Hicks reencontró su mejor versión, llegando a batear por encima de 300 incluso en varios tramos de estos meses, para después volver a caer a su peor racha, 136 de average dentro de ese slump de 32-0 que hablamos al comienzo.

Por un lado, está la cuestión mental y el propio Hicks lo reconoció en su diálogo con The Athletic: – “… Empecé bien, bateando para un promedio alto por un tiempo, pero después entré en depresión, me costaba mucho hacer el trabajo con hombres en base…”- señaló Hicks.

El posible motivo

En este entramado subyace un problema de fondo que algunos aluden, otros prefieren obviar pero está ahí, pegándonos en la cara en el caso de Aaron Hicks y es fallos técnicos en su swing, en su mecánica de bateo y todo partiría de un golpe delantero muy brusco que le hace perder de vista la bola al momento de hacer su swing; un fallo propio de peloteros de Ligas Menores, que al nivel de Grandes Ligas se pudiera asociar con una cuestión de enfoque y hasta de motivación.

Al mirar algunos juegos de los Yankees entre abril y mayo, luego comparar junio y julio, para después volver a aterrizar como un deja vu en agosto, vemos que cada vez que Hicks pudo acortar su golpe logró pegarle mejor a la bola, de modo constante, con la solidez a la que podría llegar como pelotero.

Como sea, la realidad es bastante gris para Hicks, su regularidad está en duda, hay un punto incluso un punto en el que todo es duda alrededor de su figura y nadie sabe si lo que pasará, por un lado con la presión de Bader y Benintendi se podría volver a encender, por el otro, ni estaría en la lista para octubre como antesala de su adiós… el tiempo dirá.