Tras nueve meses de ausencia, Clayton Kershaw volvió al montículo con los Dodgers y recibió un gesto inolvidable por parte de los aficionados en el Dodger Stadium, quienes transformaron su primer ponche en un símbolo de admiración, respeto y esperanza.
Un regreso cargado de simbolismo
Clayton Kershaw no es simplemente un lanzador veterano para los Dodgers de Los Ángeles. Es una leyenda viviente, una figura que ha representado por más de una década la constancia, el compromiso y la excelencia en la MLB. Por eso, su regreso al montículo este sábado, después de una prolongada ausencia de nueve meses por lesión, fue mucho más que una noticia deportiva. Fue un momento cargado de emoción, significado e historia.
El veterano zurdo subió a la lomita de Chavez Ravine por primera vez en la temporada 2025, ante un Dodger Stadium expectante, sabiendo que cada lanzamiento podría marcar el inicio de su última gran campaña. Y fue precisamente en su primer ponche de la noche, ante Jo Adell de los Angels, cuando la magia se desató: tras cinco lanzamientos —una secuencia de curvas y sliders que concluyó con una recta de cuatro costuras a más de 90 millas por hora—, Kershaw provocó el swing fallido de Adell.
El estadio estalló. Pero no fue un simple aplauso. Miles de fanáticos se pusieron de pie al unísono, rindiéndole tributo a uno de los íconos más grandes en la historia de la franquicia. Fue un reconocimiento no solo al ponche, sino a una carrera ejemplar que continúa desafiando el tiempo y las lesiones.
Una actuación que mostró óxido… y resiliencia
Kershaw no se mostró en su mejor forma. El propio lanzador pareció más concentrado en corregir la mecánica que en saborear el aplauso. En la primera entrada, los Angels aprovecharon su falta de ritmo: Logan O’Hoppe conectó un sencillo impulsador de dos carreras, seguido por un doble productor de Matthew Lugo. Tres carreras tempranas ponían en duda si el regreso había sido prematuro.
Sin embargo, Kershaw sacó a relucir su garra. En la segunda entrada recuperó el control, forzando dos rodados y un elevado. Incluso mostró recursos menos vistos en él, como un splitter de 82 mph que descolocó a los bateadores. En la tercera entrada, tras permitir un jonrón solitario de Taylor Ward que rompió el empate 3-3, volvió a estabilizarse con dos líneas atrapadas y un elevado sin consecuencias. En total, lanzó cuatro entradas, permitió cuatro carreras, otorgó tres boletos y ponchó a dos bateadores.
No fue su mejor salida, pero no se esperaba una joya. Se trataba de dar el primer paso hacia la recuperación, y en ese sentido, lo logró.
El valor del gesto: una ovación que trasciende
El aplauso que recibió Kershaw no fue simplemente por lo que hizo esa noche, sino por lo que representa. A sus 37 años, después de múltiples lesiones, cirugías y sacrificios, el hecho de estar ahí, compitiendo al más alto nivel, ya es un logro. El público lo entendió. La ovación fue un reconocimiento a la resiliencia, al legado y al impacto emocional de un jugador que ha dado todo por su equipo.
Dave Roberts, manager de los Dodgers, había anticipado que deseaba ver nuevamente la “intensidad” de Kershaw. Y aunque el rendimiento dejó claro que necesita tiempo, esa intensidad estuvo presente en cada lanzamiento, en cada gesto de concentración, en cada intento por recuperar el ritmo.
¿Qué sigue para Kershaw y los Dodgers?
La temporada es larga, y los Dodgers, plagados de lesiones y con altas expectativas, necesitan a Kershaw más que nunca. Su liderazgo dentro y fuera del campo será clave para estabilizar una rotación golpeada. Pero más allá de lo estadístico, el regreso de Kershaw marca una inyección de moral tanto para el equipo como para la afición.
En un año donde figuras como Shohei Ohtani y otros nombres rutilantes se llevan los reflectores, el retorno de Kershaw sirve como recordatorio de que las leyendas aún tienen mucho por decir. La ovación del Dodger Stadium no fue sólo un homenaje; fue una declaración: mientras Kershaw siga lanzando, habrá esperanza.
Más que béisbol
El primer ponche de Kershaw en 2025 fue más que un número en la hoja de estadísticas. Fue un símbolo de perseverancia, de amor por el juego, y del vínculo irrompible entre un jugador y su ciudad. En una época donde los contratos, las métricas avanzadas y la presión mediática lo invaden todo, momentos como estos devuelven la esencia más pura del béisbol: la emoción genuina, el respeto al legado y la celebración de lo humano detrás del uniforme.
Y mientras el Dodger Stadium se levantaba para ovacionarlo, el béisbol nos recordaba por qué sigue siendo el deporte de las grandes historias.