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Cuando en la República Dominicana se habla de grandes lanzadores que hicieron vida en Las Mayores, los primeros nombres que dicen presente en las cabezas de los fanáticos son los de Juan Marichal y Pedro Martínez. Sin embargo, pocas veces escucharás a alguien decir algo sobre Mario Soto, quien en los años 70 y 80 defendió los colores de los Rojos de Cincinnati y dejó en alto el nombre de Quisqueya. Ahora, ¿Por qué ocurre esto? Es difícil decirlo, pero podemos intentar llegar al quid de la cuestión.
El hacer este ejercicio mental quizás nos lleve de vuelta a un montón de historias de antaño y hasta nos haga partícipes de la nostalgia; con todo y eso, es preciso que se haga en honor a la verdad y también por respeto a la carrera excepcional de alguien que, sin dudas, pudo dar más de lo que dio, aunque eso sí, lo que dio es suficiente para ser considerado de lo mejor de su época como deportista activo.
Ascenso meteórico
Llegado a MLB con unos tiernos 21 años, en 1977 se dio el debut de Soto en el Big Show. Aquel día tiró 2 innings contra los Piratas de Pittsburgh, permitió par de carreras y 3 imparables, además de ponchar a un rival. Fue el comienzo de una subida fugaz hacia el estrellato.
Ya para las campañas de 1980 en adelante se había constituido el portentoso Mario como uno de los lanzadores de referencia no sólo de los Rojos, sino también de todas las Grandes Ligas. De hecho, en esa zafra acabó como quinto clasificado en la votación al Cy Young de la Liga Nacional y fue líder en ponches por cada 9 entradas de todo el béisbol con 8.6.
Más tarde, en 1982, fue llamado por primera vez al Juego de las Estrellas y tuvo otro excelente campeonato. Repitió en el Clásico de mitad de fase regular en 1983 y 1984 e, incluso, en 1983 quedó segundo en la elección del Cy Young del viejo circuito por detrás de John Denny, de los Phillies de Philadelphia. Todo apuntaba a que sería cuestión de tiempo a que el muy bien valorado Soto ganara su primer CY y se erigiera como un miembro de la élite del béisbol de los años 80.
Caída y retiro prematuro
Llegó entonces 1985, la temporada de 28 años del oriundo de Villa Altagracia y en la que todos creían que se consagraría. Nada más alejado de la realidad. Su mánager, el mítico Pete Rose, comenzó a hacerle trabajar con 3 días de descanso de manera sostenida en el tiempo y siguió exprimiéndolo como habían hecho en el pasado los timoneles John McNamara, Russ Nixon y Vern Happ, lo que maltrató en demasía un brazo que jamás pudo recuperarse en su totalidad.
Para que nos hagamos una idea del asunto, entre 1982 y 1985, Soto saltó a la lomita un total de 138 veces (137 como abridor) y trabajó por espacio de 1025.1 episodios. Sí, una verdadera locura y atrocidad al mismo tiempo. Para más inri, Mario logró completar 53 de esos cotejos, lo que se considera un hito, pero también una masacre para su herramienta principal, es decir, su brazo.
Ciertamente, continuó en la Gran Carpa hasta 1988, mas no volvió a ser el mismo. Las lesiones recurrentes redujeron su actividad por completo y finalmente, tras la campaña de 1988 decidió colgar los spikes con apenas 31 años.
Quedará para el recuerdo que es el último lanzador de MLB que promedia más de 8 innings por salida, lo que pone en evidencia la gallardía de un beisbolista excepcional que por mal manejo no hizo aún más grande su leyenda. Sin dudas, un fuera de serie el buen Mario Soto de quien, por cierto, se habla poco por estos días.