Ya pasó la apoteosis y ahora, con la cabeza fría, escribiré del Big Papi. No soy dominicano por nacimiento, aunque me siento uno más, por eso creo que mis palabras serán libres de nacionalismo y sentimiento.
Lo primero que diré es que el Big Papi nos pertenece a todos. Sí, a todos, porque sus batazos nos hicieron reír, si eras de Boston, o llorar, si eras de otro equipo. También nos hicieron cambiar varias reseñas lista para enviar a la imprenta en postemporada, gracias a esos batazos de última hora que él solo sabía dar.

David Ortiz era así, único. De eso que llaman en inglés one of a kind. Intimidaba en el plato. Sabía lo que quería, tenía siempre un plan y se ceñía al mismo. Por eso fue quien fue.

Pero en esa entrega no quiero hablar de los números. De esos se ha escrito mucho. De hecho, si vas ahora a Cooperstown conseguirás abundante material numérico sobre el Big Papi. Hablemos de David, el pelotero, la persona.

Comencemos por el sobrenombre. No sé quién se lo puso, pero le queda muy bien. El apodo que se ganó, Big Papi, lo dice todo. No existe en el español una palabra más linda, más sonora y más tierna que papi. Así me llaman mis gemelas, así nos llaman los niños, papi. Y eso es algo que quiero resaltar. David es una buena persona. No hay nadie que no lo quiera. Sus compañeros de equipo, además, lo respetaban.
El difunto Leo López me contó una anécdota de Ortiz que resume todo lo que era David.

“David me contó que un día tuvo una meeting con los peloteros, porque todos estaban llegando demasiado temprano”, me decía Leo. “David estaba en su último año y tenía que irse muy temprano al estadio a hacerse su rutina de masajes para poder jugar. Pero se daba cuenta de que si él llegaba a las 12, los peloteros llegaban a las 11 de la mañana. Él tuvo que convocar una reunión para explicarles lo que pasaba, que ellos podían llegar a la hora señalada. Entonces me cuenta David que se paró Mookie Betts y dijo: ‘si usted llega a las 12 nostros debemos estar más temprano que usted, para recibirlo y dar ejemplo”.

Esa era la ascendencia que tenía este hombre sobre sus compañeros de equipo. Era el papá de todos ellos. Por eso el Big Papi. Pero no solo era allí. Tuve la oportunidad de visitar en varias ocasiones el campo de entrenamiento de los Red Sox, cuando yo era reportero de Últimas Noticias en Venezuela. En dos ocasiones requerí una entrevista de David, nunca la negó, siempre presto y solícito, siempre con una sonrisa, siempre profesional.

Y otra cosa, David era un tipazo. Cuando le hacías una pregunta dura, respondía rapidamente. “Recta pegada”, decía. “Pero le saqué el bate”. Y la risotada que lo acompañaba después. Siempre presto a la gente; en el Spring Training siempre buscaba 10 minutos seguidos para tomarse fotos y firmar autógrafos. Era todo un personaje. Ese fue el Big Papi que siempre conocí.

Hay muchas anécdotas sobre David. Quizá Alberto Rodríguez, Juan José Rodríguez o Dionisio Soldevila, los tres colegas dominicanos con quien he compartido en el beisbol desde hace mucho tiempo. Y ni hablar de Enrique Rojas. Quizá este cuarteto tenga muchas otras cosas que contar del lado humano de David, quien ahora descansa en el Olimpo del beisbol y siempre será recordado por sus hazañas con los Medias Rojas.

¡Larga vida al Big Papi!

Listo, se acabó el juego.

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