Albert Pujols ha sido una razón de peso, él y Miguel Cabrera también, para seguir enamorado del periodismo deportivo. Porque cuando te adentras en el mar de las noticias y la información, cuando te tocan las decepciones e incompresiones,  cuando pagas los platones de dos y tres horas esperando por alguien para que al final te dice que no puede atenderte es muy fácil desmotivarte, tirar la toalla o buscar atajos para alcanzar el objetivo. Pero Albert siempre nos ayudó a continuar.

¿Por qué? Porque con él siempre ha habido un motivo para celebrar. Y cuando digo siempre es siempre. Hasta cuando no rendía lo esperado con los Angelinos. Ya te voy a explicar el porqué.

Pujols ha sido un trabajador insigne. Su marca de fábrica ha sido la ética de trabajo. Cómo enfoca cada juego, cómo estudia a los lanzadores. Cómo predica con el ejemplo. También me llenaba de emoción seguir a Bob Abreu, Miguel Cabrera  y otros más, pero vamos a concentrarnos en Pujols.

Siempre pensé. y lo bueno es que está soportado en el papel de las hemerotecas venezolanas, que fue un error de Pujols haberse ido a Los Ángeles.  Haber llegado a una de las ciudades más hostiles para su estilo de bateo, aunado a un equipo en donde tenía que brillar sí o sí, lo llevaron a esforzarse más del límite.

La vida y el beisbol se tratan de lo es no de lo que pudo haber sido. Por eso gastar ríos de tinta en especulaciones sobre cualquier supuesto escenario si el capitaleño que hubiera quedado en San Luis es una ridiculez.  Él tomó esa decisión y punto. Y, sin embargo, esa decisión lo catapultó.

Lo catapultó porque le enseñó al mundo que era un ser humano, que jugaba limpio, que no engañaba. La debacle de Pujols en Los Ángeles fue la demostración de su grandeza.   Pujols comenzó a declinar en rendimiento después de los 33 años. No como esos que durante los 90 se volvían super hombres a los 40, y desafiaban así todas las leyes de la ciencia médica.

Ahora, a los 42 años, cuando le queda ya poco en el tanque, cuando el sol está a sus espaldas, cuando ya ha dialogado con la fama y el éxito, los dos impostores los llamaba Kipling en su poema “if”,  y de repente se enciende y comienza a batear sopesa sus palabras y dice que al final de este año ya dice adiós.

Pujols tiene casta, clase. El fragor de la batalla y el cavilar constantemente con el triunfos y los fracasos, con los ponches y jonrones, con los abucheos y las loas le han enseñado. Son 42 años de edad, , la mitad de ellos, o más, en la pelota.

Por eso no es conveniente pedirle un año más. ¡No! Retirarse como los grandes, con el recuerdo fresco en la fanaticada de logros recientes es mucho mejor que verlo trastabillear por una esquiva cifra de los 700  que quizá, aunque la anhele, sea incapaz de alcanzar. Él no necesita eso para sellar su leyenda.

Listo, se acabó el juego.