Cuando los Boston Red Sox parecían navegar sin rumbo, hundidos por una racha de cuatro derrotas consecutivas y con un clima de tensión interna, apareció el bate de Rafael Devers para cambiar el guion. En la noche del sábado, frente a una multitud impaciente en Fenway Park y con el marcador en contra desde temprano, el dominicano se encargó de devolver la fe al equipo y a su afición con un batazo inolvidable: su primer jonrón de oro en las Grandes Ligas.
La victoria por 7-6 ante los Atlanta Braves no fue una más en el calendario. Fue la ruptura de una cadena negativa, el fin de una marca de 0-17 cuando los Red Sox iban perdiendo tras el sexto episodio, y la chispa que podría encender un nuevo rumbo para la escuadra de Alex Cora. El batazo de Devers, un cuadrangular solitario de 402 pies al jardín derecho-central en la novena entrada, desató el júbilo en las gradas y sembró la ilusión de que esta noche pueda ser recordada como el punto de inflexión de la temporada.
De la pesadilla al milagro
El inicio del juego fue una pesadilla. El abridor Lucas Giolito fue castigado sin piedad por la ofensiva de Atlanta, permitiendo tres jonrones —incluidos vuelacercas consecutivos de Matt Olson y Marcell Ozuna en el primer inning— y saliendo del montículo tras solo cuatro entradas, con seis carreras y ocho imparables en su contra.
Pero cuando parecía que el destino estaba sellado, el bullpen de Boston apareció como salvavidas. Brennan Bernardino, Nick Burdi, Garrett Whitlock y el veterano Aroldis Chapman se combinaron para lanzar cinco entradas sin permitir anotaciones, lo que permitió a la ofensiva recortar distancias y preparar el escenario para la hazaña.
La remontada: un esfuerzo colectivo con un final legendario
El primer destello de esperanza lo encendió Jarren Duran con un jonrón de dos carreras en el tercer capítulo. Más tarde, en la octava entrada, el mismo Duran conectó un imparable remolcador de dos más para empatar el encuentro a seis carreras, lo que provocó uno de los rugidos más intensos que ha vivido Fenway Park en semanas.
En el séptimo episodio, los bates de Ceddanne Rafaela, Devers y Alex Bregman aportaron dobles claves que acercaron a los Red Sox en el marcador. Cada turno fue una batalla, cada carrera una explosión de emoción. Y cuando Chapman logró mantener el empate en la parte alta de la novena, todo quedó servido para un momento de película.
Devers, que ha estado encendido con el bate —promedia .397 con seis jonrones y 20 impulsadas en sus últimos 20 encuentros—, llegó al plato con un solo objetivo: definir. En cuenta de 2-1, conectó con contundencia un lanzamiento rompiente de Pierce Johnson que voló sin dudas más allá de la barda. La pelota desapareció y con ella las frustraciones de días anteriores.
“Obviamente estoy muy emocionado por el tipo de juego que fue”, dijo Devers tras el partido. “Poder regresar y ganar este tipo de encuentro significa mucho para nosotros”.
Un jonrón con contexto: más que una victoria
El batazo de Devers no fue solo un triunfo en el terreno, sino también un grito de carácter. Días antes, el jugador había sido centro de una polémica por su negativa a jugar en la primera base, lo que provocó conversaciones directas con el dueño del equipo, John Henry. Pero el dominicano fue directo al ser preguntado sobre el tema: “Eso ya pasó”.
Para Alex Cora, este juego representa algo más que una noche gloriosa. “Necesitábamos esto”, afirmó el dirigente. “Es solo una noche, pero quizás es la que nos ponga en marcha”.
El momento llegó en el instante perfecto. El equipo venía acumulando derrotas por escaso margen, sin poder cerrar partidos y mostrando señales de desconexión. Pero esta remontada ante uno de los mejores equipos de la Liga Nacional, los Atlanta Braves, puede ser el combustible emocional que el club requería para retomar el camino competitivo.
Lo que viene: la prueba de la consistencia
El domingo, con Brayan Bello como abridor, Boston buscará ganar la serie y confirmar que el jonrón de Devers no fue una chispa aislada, sino el inicio de una nueva narrativa. La temporada aún es larga, y el Este de la Liga Americana no da tregua, pero este tipo de victorias tienen el poder de transformar no solo el ánimo, sino también la identidad de un equipo.
Por ahora, Fenway Park puede respirar. Y en la memoria de los aficionados quedará grabada esa imagen de Rafael Devers trotando las bases con una sonrisa de satisfacción, mientras sus compañeros lo esperaban con euforia en el plato. Una noche mágica, una lección de resiliencia y, quizás, el principio de algo más grande.