Nadie puede negar que Sandber Pimentel es uno de los caballetes de Lidom. Es uno de esos bateadores que intimidan por su tamaño, su porte, su manera de mover el bate.
Su nombre suena como el inmortal de Cooperstown Ryne Sandberg, pero sin la letra ge. “Es que a mi papá no le gutaba la g cuando me presentó, por eso mi nombre es así”, comenta cuando le preguntamos si ese era el origen de su nombre.
La entrevista fluye suave, tranquila. Recién había escampado y el enorme toletero estaba por las lados de la izquierda practicando una rutina con el mascatín. Al finaliza accedió a conversar.
Agradece el chance de hablar y comienza la tertulia. Hay que saber cuál es el secreto de las Estrellas, del equipo, para ganar y siempre mantenerse positivos. “Dios, el secreto es Dios”, dice.
“Entiendo, eso es en plano sobrenatural”, comentamos. “Pero ¿quién ayuda en el campo, en el terreno, en el juego diario”.
Y lo repite dos veces. “El secreto es Dios. Estamos con Dios. También tratamos de mantener la química, para cuando uno de los muchachos jóvenes nos necesite ayudarlo”.
Pero la química y el concepto de Dios para él no es algo abstracto. Se trata de aplicar lo aprendido en el terreno de juego. Es una figura, un líder del equipo. Él debe dar el ejemplo:
“Cuando uno lleva ya cierto tiempo en este negocio lo que inteteresa son los pequeños detalles“, destaca Pimentel. “Es una liga dura, con trucos por aquí y por allá. Así que uno comente errores y cuando logras aprenderlos es cuando te acoplas“.
Pimentel comenzó la jornada de este miércoles con una línea ofensiva de .308/.474/.308. No ha sacado la bola, tampoco ha jugado a diario por dolores musculares, pero está allí, produciendo.
“Mira, esta liga no es fácil”, comenta. “Son muchos viajes, muchos detalles que debes tomar en cuenta”.
Para él, la plaza más difícil para batear en San Pedro de Macorís. “Allí hay una fanaticada muy exigente”, cuenta.
Al preguntarle sobre cuál es el estadio que más le gusta para batear dice que el Quisqueya, sede de los Tigres y Leones, y no le gusta viaja a San Francisco de Macorís. “Es un viaje muy cansón y muy largo”, confiesa.