El tema de la columna de hoy es complicado. Y es complicado porque es desagradable. Y es desagradable por el racismo es desgradable, por donde se mire. Es más, además de desagradable es inexplicable que aún se juzgue o se creen prejuicios sobre una person única y exclusivamente por la cantidad de melanina que produce su cuerpo.
Lo que ocurrió con Orlando Calixte el miércoles en el estadio Quisqueya mientras iba a consumir su turno en el 8° capítulo es verdaderamente inaceptable, inexcusable e imperdonable. Y, por más que arguyan y luego vengan todas las razonadas sin razones que puedan venir, el hecho fue intencionado. Fue a propósito. No fue que se le escapó por “error” al musicalizador del play. No. Fue a drede.
A las 7 de la noche del jueves fue cuando el Licey emitió un comunicado rechazando la acción. Bien por ellos.
Jugar la carta del racismo en cualquier actividad humana es vil, rastrero. Sobre todo para un equipo que en su 115 aniversario estrenó un slogan: “El equipo del que todos quisieran ser”. Esto, más que sumar, resta. La disculpa es aceptada.
El racismo y la xenofobia no son dos palabras con las que yo comulgue. Una cosa es la chercha, el perreo, la guasa, hasta las groserías escatológicas relacionadas con el excremento “M… pal…” y otra muy diferente la carta del racismo. Son dos cosas muy diferentes.
Yo no me voy a poner en una actitud de rastuacuero ni mucho menos servil. Primero porque no es mi estilo, segundo porque no me paga el Licey y tercer porque como periodista mi compromiso es con la verdad. Y la verdad verdadera fue que a Orlando Calixte le jugaron la carta del racismo, en un play contrario, y con el estadio lleno. Eso es rastrero. Sobre todo porque Calixte es dominicano, en esta liga juega como dominicano y llegó a las Grandes Ligas como reprensentante de la República Dominicana.
No sé si cancelaron a la persona que hice semejante idiotez, es lo mínimo. Si no lo cancelaron y piensan que la cosa va a pasar por debajo de la mesa, bajo el lema de “el tiempo lo olvidara” están equivocado. El tiempo no lo va a olvidar. Es un hecho demasiado público, notorio y comunicacional como para olvidardo o ponerlo al margen. Ahora se entiene el porqué el súper perreo de Jerar Encarnación cuando soltó el bate luego de un hit. Era rabia contenida lo que había en el dugout aguilucho.
Tampoco se puede tolerar expresiones como las que se han vertido últimamente sobre peloteros de los Tigres del Licey en las redes sociales. Hay personas que, mal utilizando estas redes, han dicho que los azules son un “pequeño Haití”. ¡Qué absurdo! ¡Que palurdo! ¡Que rastrero!
A mí, en realidad, como periodista primero y como amante del beisbol después, me sabe a casabe la nacionalidad de un pelotero, mucho menos su color de piel. Querer desprestigiar a personas como Elly De La Cruz, Ronny Mauricio y otros tantos solamente porque no encaja dentro del estereotipo de personas que algunos frustrados tienen como modelo es lo más despreciable que existe.
Aunque lo ocurrido en el Quisqueya es mucho más grave, porque tiene rebetes institucionales. Cuando se está en un parque de pelota todo lo que se emite a través del sonido interno, se refleja en la pizarra y demás yerbas, todo está a cargo del home club. Por eso lo de Calixte debe condenarse desde la cabeza.
Hay que decirle ¡NO! al racismo. No lo podemos ni aceptar ni tolerar.
Listo, se acabó el juego.
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