El 12 de octubre de 2019, puedo ser un día como otro cualquiera, pero no, en Viena, la capital de Austria, Eliud Kipchogue hizo lo imposible, bajar de 2 horas en la maratón y si bien la carrera no fue homologada debido a la presencia de “liebres” no reglamentarias, el campeón olímpico en 2016 y 2020, demostró que la mítica barrera sí se podía romper.
Kipchogue parece no tener límites y ese enfoque suyo de entrenar a los 40 como si tuviera 20, con una disciplina propia de un soldado espartano, ese enfoque ha sido la base de la leyenda que hoy conocemos y cuando parece que ya lo ha dado todo, el increíble Eliud llega y eclipsa su propio récord mundial allí en el mismo lugar, Berlín, frente a la Puerta de Brandeburgo, con tiempo de 2 horas, 1 minuto y 9 segundos.
La meca
Si hoy Kenia es considerada como la meca del atletismo en cuanto a las carreras de fondo se refiere, es gracias en total medida la estela que ha dejado Kipchogue en las pistas y en el asfaltado desde su irrupción en el panorama competitivo internacional allá a comienzos de los 2000, de modo específico en las Olimpiadas de Atenas en 2004.
Los kenianos han sido los herederos de aquella tradición que nació en la Antigua Grecia durante la segunda Guerra Medica, la misma que se expandió con las primeras Olimpiadas y que a finales del siglo XIX tomó forma en Inglaterra con la aparición de las primeras reglas.
Sin embargo, el mito del atletismo keniano se ha visto empañado en los últimos años por la sombra del dopaje y tal vez el caso de Diana Chemtai Kipyokei, quien en 2021 ganó el prestigioso Maratón de Boston y tiempo después dio positivo a triamcinolona.
Las peores sombras
De igual modo en los últimos días han salido a la luz nuevos caso de atetas kenianos dando positivo a sustancias prohibidas, entre ellos Marius Kipserem, ganador de la Maratón de Rotterdam en las ediciones de 2016 y 2019, Philemon Kacheran Lokedi, tercero en la Maratón de Valencia y Mark Kangogo, que había ganado en agosto la Sierre- Zinal de trail running.
En este punto, la polémica se ha entronizado y el debate en torno al falso mito de los fondistas kenianos ha sido parte del contexto mediático en el universo atlético, pues cuando muchos pensaban que era una condición de genética, la ola de casos de doping ha aumentado y son más las dudas que las certezas al respecto.
La razón de la sinrazón
Hay una realidad que se impone y es la aguda crisis social y económica por la que atraviesa Kenia, con la corrupción y la pobreza marcando el día a día de millones y tal como el propio Kipchogue lo ha dicho en numerosas ocasiones, el hecho de correr es una manera también de sobrevivir, ya que los premios en cada una de las justas ascienden a millones de chelines kenianos.
Este entramado condiciona que el dopaje se vea como algo normal, como un modo de mejoría económica y calidad de vida.
La decepción está , se siente algo así como una traición a un hermoso legado, son las sombras pero cuando parece que todo se ensuciará vuelve a emerger la figura de Eliud Kipchogue, inmenso, único, tal vez como la luz que todavía resplandece para mostrarnos el verdadero camino.