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Günter Grass fue Premio Nobel de Literatura en 1999; murió tiempo después, en 2015, pero en 1959 dio a conocer al mundo su célebre novela El tambor de hojalata, una especie de historia moderna de Alemania, contada desde la perspectiva de un niño, Oscar Matzerath…

Günter Grass escribió El tambor de hojalata y habló de Oscar Matzerath, de Alemania y de los alemanes, pero también pudo o creo que debió escribir sobre Max Schmeling y es que en la historia de Schmeling se puede conocer la historia alemana durante todo el siglo XX y nadie mejor que Grass, con ese estilo tan visceral para escribir sobre Schmeling.

La historia de Schmeling como la de Matzerath o la propia historia de Günter  Grass, es una historia de esas que son para no olvidar, una historia digna de un libro, de dos, de tres, de una novela larga, larguísima diría o de cientos de artículos…

Yo supe de Schmeling en 2010, cuando por esos avatares de la vida pude ver la película biográfica dirigida por el gran Uwe Boll y sin dudas quedé impactado.

El día D

Todo pudo empezar allí, aquel día de 1936 en Nueva York, casi tres años antes de que los alemanes invadieran Polonia y en consecuencia diera inicio la Segunda Guerra Mundial y es que, si hoy conocemos de Schmeling, fue en buena medida por lo que ocurrió un 19 de junio en pleno Yankee Stadium.

Para ese entonces, el germano ya contaba en su haber con el título mundial de pesos pesados, ello luego de someter al estadounidense Jack Sharkey el 12 de junio de 1930, pero cuando el teutón derribó a Joe Louis en el asalto número 12 de aquella mítica pelea a mediados de 1936, su vida cambiaría para siempre.

Corrían los años de Adolfo Hitler y el nazismo y el entonces Canciller de Alemania utilizó la victoria de Schmeling contra “El Bombardero de Detroit”, como le nombraban a Louis; Hitler aprovechó la oportunidad para entronizar la idea de que había sido un triunfo irrefutable de la raza aria y partir de este instante, el afamado pugilista comenzó a ser tildado de nazi…

La trama

Schmeling había nacido en 1905, cuando el Kaiser Guillermo y los grandes oligarcas prusianos que le habían dado forma a la nación alemana en 1870 se preparaban para el tan mentado conflicto global, el mismo que arrancaría en 1914 tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo y concluiría en un bosque de Francia dentro de un vagón de tren, allá por 1918.

Seis años después, en pleno apogeo de la República de Weimar, un fornido boxeador de apenas 19 años, con un estilo marcadamente ortodoxo y una pegada descomunal, como pocos, ganaba el título de campeón nacional de Alemania entre aficionados.

Ese era Schmeling por aquel entonces y tal como lo narró en sus Memorias, se había enamorado del deporte de los puños viendo una película con el mítico Jack Dempsey de protagonista.

El origen de la leyenda

Allí, a orillas del legendario río Rin, como una de esas historias contadas por Richard Wagner en sus óperas, cuando Walter Benjamín escribía El origen del drama barroco alemán y Bertolt Brecht su celebre pieza los Tambores de la noche, cuando esto ocurría, Max Schmeling forjaba su leyenda y luego de aquella victoria como aficionado en 1924, ya como profesional, ganaba la corona germana en los semipesados.

Tras ganar el título europeo, estamparía su hegemonía por varios años y en 1928, desembarca en Nueva York en busca de nuevos horizontes.

En medio de un ambiente de excesivas dudas, el teutón debutó en el Madison Square Garden contra Joe Monte, ganando por nocaut en el octavo asalto y allanando de este modo el camino hasta llegar a ese día 1 de febrero de 1929.

Cuando el 24 de octubre de aquel mismo año, colapsa la Bolsa de Valores de Nueva York dando lugar al llamado Jueves Negro y en consecuencia a la Gran Depresión, cuando eso acontece, Max Schmeling se aprestaba para vencer a Jack Sharkey y erigirse campeón mundial, luego de haber sometido a Johny Risko ese 1 de febrero del que hablamos en la nombrada “Pelea del Año” según The Ring.

“El terror del Rin”

Así le nombraron y este era su aval de cara a esa jornada de junio de 1936 y dos años después de haber llevado a Louis a la lona, en el mismo lugar, el Yankee Stadium y también en otro mes de junio, Schmeling era apabullado por el estadounidense en la denominada “Pelea del Siglo”.

En plena efervescencia del nazismo, con Estados Unidos y Alemania como polos antagónicos del poder global, Schmeling, el héroe, el embajador de Tercer Reich, la viva estampa de la pureza aria, era sometido por un afroamericano.

Cuentan las crónicas que aquella fue una paliza brutal, todo acabó en el primer round y el hombre que había sido endiosado por Hitler y su Ministro de Propaganda Joseph Goebbels, se convirtió en un paria.

Adiós al ring

Sirvió en la Segunda Guerra Mundial como paracaidista y logró sobrevivir al conflicto, pero tras la capitulación alemana en mayo de 1945, Schmeling ya no era el mismo, sus piernas y la edad, contaba con 40 años en ese momento; sus piernas y la edad lo irían alejando para siempre de su gran vocación…el boxeo.

Se retiró de modo oficial en 1948 y al unísono comenzó su carrera como empresario, siendo el representante de la Coca- Cola en Alemania.

En este mismo período fomentó la amistad con Joe Louis, un vínculo que se estrecharía hasta la muerte del norteamericano en 1981.

El final

Por esos años mediante sus Memorias y en varias entrevistas ofrecidas a medios alemanes se dio a conocer que Max Schmeling había ayudado a judíos cuando la terrible Noche de los Cristales Rotos en 1938 y de igual modo durante la guerra.

Murió a los 99 años en 2005, siendo considerado como el mejor pugilista alemán de todos los tiempos y uno de los 100 mejores de la historia, según The Ring.

Al día de hoy su figura sigue rodeada de polémica y yo continúo pensando que Günter Grass debió escribir sobre Schmeling;  quien tal vez haya sido el mejor escritor de la época moderna en Alemania hablando del mejor boxeador, pero fue Uwe Boll el que lo hizo con su película en 2010, lo demás sería agregar someras líneas a un epitafio, de cualquier modo, se ha intentado, quizás por consciencia, quiero creer con certeza que fue por pasión.