Cuando comenzó aquella justa olímpica pocos se imaginaban que había chance de medallla. Félix Sánchez, la saeta dominicana, no había tenido la mejor temporada y a su edad, 35 años en ese entonces, parecía poco probable de que ganara una presea dorada.
Pero Súper Félix tenía otros planes.
Sonó el pistoletazo, parte Sánchez. Aquella figura enjuta, elegante. Las vallas las pasaba con suavidad. Primeros 100 metros, peleanda la punta. ¡Emoción!
Luego entran a la curva de los 200 y la segunda valla es tropezada, pero Sánchez no pierde el ritmo, no se desconcentra. Esa siempre fue su gran virtud, no perder la calma y corregir en el momento.
Aquellos jóvenes no podían creer que un hombre de 35 años estaba haciendo lo que estaba haciendo. Brazos y piernas en un compás perfecto de relojero suizo. Pegados al entrar en los 100 metros finales, pero el zorro y sus mañas. ¡Ay experiencia! Al sortear el último obstáculo empredió la esprintada final.
El mundo era suyo, todos quedaban perplejos. ¡Sí, Félix Sánchez! Ese mismo, el “viejito”. El cronómetro se detuvo en 47.63, extendió sus manos de lado a lado, sonrió a la cámara, dio gracias a Dios. En el suelo, jadeantes estaban los vencidos.
Buscaban respuestas en el aire. No habían respuestas. Victoria contundente. Segunda dorada para Dominicana en la prubea. La primera fue la de él mismo en Atenas 2004, cuando desparramó a todos en una gran carrera de 400 con calles aquel 28 de agosto de 2004.
Ya lo decía Gardel, el Zorzal criollo, “20 años no es nada”. Cierto, y diez son menos aún. Por eso esa carrera en Londres sigue viva en el recuerdo.
¡Salve, Félix!