El voleibol dominicano tiene en su rama femenina a uno de los mejores equipos del mundo. Pero para llegar a ese punto, hubo que transitar un duro camino que recién empezó a ver sus frutos a fines de la década de los noventa. Y ahí, durante ese proceso, hubo un nombre en particular: Milagros Cabral.
Cabral nació en el barrio de Cristo Rey, un populoso sector de Santo Domingo. Y desde temprano, conoció las bondades del voleibol, uno de los deportes más practicados a nivel nacional, pero que no contaban con el apoyo suficiente para ser uno de los más exitosos.
Con su debut en 1994 en los Seleccionados Juveniles, “Milagritos”, como la apodaban, inició una camada de jugadoras que iban a empezar a dar el salto, al mismo tiempo que se armaban proyectos para elevar el nivel de preparación. De esa forma, Cabral fue de las primeras en jugar en el exterior, tras arribar al Pioneer Red Wings de Japón en 1997, con los que estaría por una temporada.
Su debut en la Selección Mayor se da en 1998, justamente en Japón, durante el Campeonato Mundial de ese año, que significaba la primera participación del equipo dominicano en una competencia fuera de la región. Hasta ese momento, lo más importante que había jugado el combinado nacional, habían sido los Juegos Panamericanos (la última vez en 1979) y el Campeonato NORCECA, en el que el año anterior obtuvo el primer podio al terminar tercero.
En dicho Mundial, Cabral empezó a mostrar su talento y, gracias a un triunfo ante Alemania en el debut, el equipo pudo pasar de ronda a pesar de caer ante las poderosas Rusia y Brasil. Ya en segunda ronda, Dominicana cayó ante Perú, Países Bajos y Japón y quedó eliminada.
Pero las sensaciones fueron las mejores tras el debut, sobre todo para Milagros que, luego del torneo, fichó por el Marsi Palermo italiano con el que jugó una temporada. En 1999 sería el turno de volver a los Juegos Panamericanos después de veinte años. Allí, una derrota ante Estados Unidos en la última jornada, privó al equipo de obtener su primera medalla. Pero pocos esperaban lo que ocurriría en la edición siguiente.
Luego de volver al Mundial en 2002 y de debutar ese mismo año en la flamante Copa Panamericana, llegó el turno para Cabral y compañía de los Juegos Panamericanos de Santo Domingo 2003. Y allí, el equipo femenino nacional haría historia al quedarse, contra todos los pronósticos, con la medalla dorada ante su gente al vencer a Cuba 3-2 en un infartante tie break.
Ese sería el puntapié inicial de lo que vendría para el equipo criollo. Cabral, como capitana, era el reflejo de aquella generación que se acostumbró a ver de afuera los exitos ajenos y se decidió a liderar a una camada de jugadores que tuvo la difícil misión de ir desde abajo y forjar las bases de un equipo que, ahora, está acostumbrado a codearse con los mejores del mundo.
Luego de la medalla de oro en Santo Domingo llegó el turno de los primeros Juegos Olímpicos, la confirmación de que el voleibol nacional era una realidad que había llegado lejos y quería mantenerse. El décimo lugar en Atenas 2004 fue simplemente anecdótico. El objetivo estaba cumplido. A partir de allí las futuras Reinas se pondría objetivos más ambiciosos y se lamentaría por derrotas o fracasos.
Pero para que eso se llevara a cabo, alguien tuvo que dar el primer paso. Demostrar que era posible. Y esa fue Milagros Cabral que, luego de 389 partidos defendiendo la bandera dominicana, se retiró tras los Juegos Olímpicos de Londres 2012, luego del histórico quinto puesto que puso al equipo en los primeros planos.
Hoy, las chicas son Reinas. Pero lo son gracias a la Reina Madre de todas ellas. La eterna capitana que hoy ejerce como Directora Institucional del equipo, sigue ayudando en todo lo que puede al seleccionado. Y también, formando jóvenes promesas en su Academia, para sigan apareciendo nuevas Reinas, esas a las que ella ayudó a nacer