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El padre del tenista fue boxeador. Y tuvo un desempeño de elite en lo suyo: llegó a representar a Irán, su país de nacimiento, con su nombre de origen, Emmanuel Agassian, en los Juegos Olímpicos de 1948 y 1952. Con este parámetro empezamos a entender la infancia de Andre y la figura paterna como algo estricto y rígido que lo entrenó de una manera cruel con el solo objetivo de ser una máquina de devolver pelotas.
Ya retirado, en los años setenta, construyó una cancha de tenis de cemento en el desierto de Las Vegas, en el fondo de la casa que habitaba con su familia. Allí se propuso forjar una leyenda: el pequeño Andre Kirk, su hijo, devolvió en aquel rectángulo unas 2500 pelotas por día, lanzadas a 150 kilómetros por hora desde una máquina llamada “dragón“. Aquel niño, que sufría las sesiones contra ese monstruo que escupía disparos uno tras otro, es dueño de una historia muy particular.
Nadie que devolviera un millón de bolas por año podría ser derrotado. Esas mismas fueron las palabras que utilizó el padre para convencer al icónico entrenador Nick Bolletieri de que tomara a su hijo en su academia. En la mítica escuela en Bradenton, se materializó el Agassi transgresor, un rebelde con jeans y pelo largo sumergido en uno de los mundos más conservadores y tradicionalistas. Y todo tiene un porqué: obligado a pasar horas y horas durante gran parte de su infancia en la “cárcel” en la que devolvía los ataques del dragón, Agassi creció en su etapa previa al profesionalismo con la intención de romper moldes y llevó esa cualidad al circuito, un ecosistema en el que desafió las leyes establecidas y hasta marcó un antes y un después en la industria de la indumentaria deportiva. La rebeldía ante las reglas comenzó desde su etapa con Bolletieri, época en la que llegó a jugar, por ejemplo, un torneo con jeans, aros y delineador de ojos.
Haber devuelto un millón de pelotas al año no es la única curiosidad que envuelve la construcción del Agassi estrella. Hay un sinfín de historias que deja a las claras que no se trató de un tenista corriente, sino más bien una imagen infrecuente para la época. Mientras acrecentaba su pulsión por destrozar los estereotipos también se ocupaba de generar ruido con su tenis, en cuya conformación había que destacar una devolución que quedó marcada para siempre y su capacidad para ser “un jugador de toda la cancha”.
A principios de los años noventa Agassi ya insinuaba en la elite que podía pelear por cosas importantes pero le faltaba concretarlo. En 1990 alcanzó su primera final de Grand Slam, en Roland Garros, y perdió ante el ecuatoriano Andrés Gómez por haber pensado más en que no se le cayera la peluca que en el partido, según su propia confesión décadas después. El estadounidense exhibe dos imágenes que están selladas en el imaginario popular: el pelilargo de principios de su carrera y el calvo del epílogo. En el medio utilizó aquella famosa peluca, hasta que en 1994 Brooke Shields, por entonces su novia y a posteriori su primera esposa, lo persuadió para que dejara de usarla.
La rivalidad con Pete Sampras signó la era previa al binomio Federer-Nadal, quienes incluso llevaron el tenis un escalón por encima en cuanto a números y récords. Agassi se enfrentó con su compatriota un total de 34 veces, con 20 triunfos de Pistol Pete y un registro desfavorable de 1-5 en finales de Grand Slam -el Kid de Las Vegas ganó en Australia 1995-.
Si bien Sampras se convirtió en la mayor traba de su vida deportiva, Agassi supo cómo constituirse como uno de los mejores tenistas de todos los tiempos y, al menos por el momento, en el único hombre capaz de ganar los siete títulos más preponderantes del circuito: los cuatro torneos de Grand Slam, el Campeonato de Maestros, la Copa Davis y el oro olímpico en singles. Conquistó ocho Slams y fue el segundo tenista masculino en la Era Abierta, desde 1968, que ganara los cuatro grandes desde que lo hiciera el legendario australiano Rod Laver en 1969. Hoy está sentado en una mesa de todos los tiempos que sólo tiene ocho sillas: Don Budge, Fred Perry, Laver, Roy Emerson, el propio Agassi, Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic.
El mayor escándalo de su vida conoció la luz cuando Agassi publicó su autobiografía Open, en la que admitió haber consumido metanfetaminas en 1997, el año en que se derrumbó tanto en el tenis como en su vida. Después de haber alcanzado la cima en 1995 y haber descendido hasta el puesto 141° del ranking, el Kid de Las Vegas experimentó un explosivo retorno que lo devolvería a lo más alto y lo llevaría incluso a completar los cuatro Slams con su histórico título en Roland Garros 1999.
En aquel momento Agassi tuvo que escribir una carta en la que justificó el consumo de la sustancia prohibida. Si bien se trataba de una droga recreacional, le habría cabido una suspensión de tres meses. En el texto, de cualquier modo, no contó la verdad: manifestó haber tomado una bebida por accidente. Ante el descargo, cuya falsedad fue conocida por el mundo décadas más tarde en su libro, la ATP resolvió absolverlo de toda culpa
En la famosa biografia el Kid de Las Vegas también declara que siempre estuvo enamorado de Steffi Graf, la leyenda alemana con la que contrajo matrimonio. En 1992, cuando ambos ganaron Wimbledon, cada uno en su rama, tuvo su primer intento fallido por acercarse: después de conquistar su primer Grand Slam tendría la oportunidad de compartir el tradicional baile de los campeones, aunque al cabo la ceremonia fue suspendida. La suerte le llegó años más tarde, en 1999, después de levantar la Copa de los Mosqueteros, en París, donde completaría los cuatro Slams en sus vitrinas.
Hasta que se juntó con Graf, con quien se casó en 2001 y tiene dos hijos, Agassi no se animó a decirle a nadie que odiaba al tenis. Los inicios con su padre y los vaivenes de sus años como profesional generaron que el tenis fuera todo menos una pasión. Y se lo confesó a ella. “¿Quién de nosotros no lo odia?”, le respondió la alemana.