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Última fecha de la clasificación de Roland Garros. Cancha 14. Atrona el “Lucas, Lucas, Lucas”. En la tribuna, una mujer rompe en llanto. Ha pasado momentos hermosos, pero también fue parte del calvario. Debajo, en la silla, luego de la batalla final y de conseguir el objetivo (jugar el Grand Slam que lo apasiona), se esconde debajo de su gorra y también llora. El Abierto de Francia, su main draw, arranca este domingo, pero en rigor, ya comenzó. Siempre hay historias conmovedoras. Como la de Lucas Pouille.

El protagonista de esta historia de resurrección tiempo atrás supo ser la gran promesa del tenis francés. Hasta que su cabeza explotó. Un título en 2016 (Metz) en el que también hizo cuartos de final de Wimbledon y hasta se dio el gusto de vencer al español Rafael Nadal rumbo a los cuartos de final del US Open le valieron ser elegido por sus colegas como el jugador que más había mejorado aquella temporada. Nacía una estrella. Tres coronaciones en 2017 (Viena, Stuttgart y Budapest, cada una sobre distintas superficies), con la conquista de la Copa Davis incluida, confirmaron su progreso. Hubo un quinto título en 2018 (Montpellier) y la poco sorpresiva llegada al Top Ten (décimo en marzo de ese año).

En ese mismo 2018 comenzaron las lesiones que le truncaron el progreso. Complicaciones en la espalda le jugaron una mala pasada y cada vez eran mayores los duelos con su propia cabeza que le minaron la confianza. Y ahí empezó lo peor para el francés. Contrató a la leyenda local Amelie Mauresmo como entrenadora, lo que le valió críticas de todos lados por tener una coach mujer y pudo hacer semifinales en el Abierto de Australia de 2019. Pero las lesiones reaparecieron en el peor momento y todo se vino abajo.

“Empecé a tener un lado más oscuro y a entrar en una depresión que me llevó, después de Roland Garros, a dormir sólo una hora por noche y a beber. Era imposible cerrar los ojos. Estaba solo con Félix (Mantilla, su entrenador por aquellos días) y volvía a mi habitación a mirar el techo. Me hundía en una cosa espeluznante. me levantaba con los ojos hinchados. Todas las mañanas, Félix me preguntaba: ‘¿No dormís?’. Yo le respondía que sí, que tenía alergia a la alfombra, al polen, al césped. Le mentía”, se confesó

En 2020, entre lesiones que lo obligaron a retirarse de varios torneos importantes (se bajó de Australia donde defendía una semifinal), sumado a la suspensión de la temporada por la pandemia de Covid-19, decidió operarse del codo derecho, por no jugó por el resto del año. Para colmo, su regreso al circuito en 2021 fue muy malo en rendimiento y Pouille perdió total confianza.

“Me encerré, no se lo dije a nadie. Estaba en una mala fase. Y tomé la decisión de decir basta. Si no, habría acabado en Sainte-Anne, en el manicomio. Por mi salud mental, tuve que dejarlo. Cuando sos joven y ganás dinero, te aprovechás de ello, ves prioridades donde no están en la realidad. Creo que el ego juega un papel muy importante. La impaciencia por volver al máximo nivel te desequilibran”. Pero decidió crecer.

En 2022 intentó volver, pero todo le costaba una enormidad. Una fractura en las costillas hizo que el regreso se demorara. Este 2023 sólo había jugado torneos del circuito de Challengers. Sumaba siete triunfos en 13 partidos. Apenas había podido enhebrar una vez dos victorias consecutivas, Era un volver a empezar. Un lento volver a empezar. Y de repente, Pouille volvió a ser el de antes, al menos en este Roland Garros

En 2022 intentó volver, pero todo le costaba una enormidad. Una fractura en las costillas hizo que el regreso se demorara. Este 2023 sólo había jugado torneos del circuito de Challengers. Sumaba siete triunfos en 13 partidos. Apenas había podido enhebrar una vez dos victorias consecutivas, Era un volver a empezar. Un lento volver a empezar.