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Roland Garros, no solo es uno de los torneos más prestigiosos del circuito de la ATP. Sino que, además de ser el segundo torneo de Grand Slam de la temporada, es una oportunidad única para que los tenistas locales, en este caso franceses, se luzcan ante su público. Es costumbre que tenistas del mismo país donde se celebran los torneos obtengan invitaciones (wild cards) para acceder al cuadro principal, o bien a instancias de qualy.

Pero el inconvenientes se da por el hecho de que el tenis francés no está atravesando el mejor momento. Desde la caída en el ranking de figuras como Jo-Wilfried Tsonga, Gael Monfils o Richard Gasquet, el tenis galo no ha tenido líderes que representen al país en los primeros puestos del escalafón mundial. A eso hay que sumarle el hecho de que jugadores como Lucas Pouille sufrieron lesiones y caídas estrepitosas en su rendimiento.

Y hay un dato lapidario que refleja este momento. En apenas cinco días de competencia, de los 26 tenistas locales (17 hombres y nueve mujeres) tan sólo uno permanece en el cuadro: Arthur Rinderknech. Aún sin terminar la segunda ronda del cuadro principal, ya quedaron eliminados casi todos los representantes locales.

Entre el aluvión de eliminados en la clasificación y primera ronda, las máximas esperanzas estaban depositadas en los mencionados Pouille y Monfils, pero el primero cayó ante el británico Cameron Norrie, mientras que el segundo no pudo superar el desgaste que sufrió en el duelo ante Sebastian Báez y tuvo que retirarse del torneo.

Así, Rinderknech es el único sobreviviente de Francia y se las verá ante Taylor Fritz, el noveno preclasificado, después de que Oceane Dodin, la única representante femenina que quedaba en carrera, perdiera con Ons Jabeur, por 6-2 y 6-3. Sin duda, la conclusión que deja el torneo para la Federación Francesa de Tenis es que aún queda mucho por trabajar para seguir sacando jugadores de élite, siendo de las pocas potencias tenísticas que vive una crisis similar.