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La historia de Pete Sampras es apasionante se mire la etapa que se mire, así que hoy nos detendremos en la de consolidación. Solamente por situarnos, el estadounidense tocó por primera vez el Nº1 del mundo en abril de 1993, momento donde ostentaba un solo Grand Slam (US Open 1991). Teniendo en cuenta que Jim Courier tenía cuatro, eran muchos los que todavía tenían dudas sobre quién sería el gran abanderado de aquella generación, así que Sampras se centró en resolver esta cuestión. Su primer Wimbledon en 1993 supone el inicio de una nueva era, la de un competidor infranqueable, con una sensación de control absoluto, the Real Champion. Se liberó de tal manera de la presión que aprendió a ganar también en los días malos, la pantalla más difícil de desbloquear.

Después de cerrar el curso ganando el US Open, el calendario 1994 arrancó con su primer Open de Australia. Pete sumaba ya cuatro Grand Slams, amarrando los tres últimos disputados, aunque su triunfo en Roma no le ayudaría a mantener la racha en París. El quinto llegaría de nuevo en Londres, defendiendo título por primera vez en esta categoría, fecha en la que superó en la final a Goran Ivanisevic en tres mangas. No fue un partido demasiado largo, entre los dos sumaron 42 aces, el problema fue la vistosidad del choque. Concretamente, la falta de vistosidad. La monotonía llegó a ser tan insoportable que, a día de hoy, los expertos subrayan que aquel día el tenis en hierba cambió para siempre. Si Wimbledon no podía cambiar el estilo de sus campeones, tendría que meter mano a la superficie que pisaban.

Esta idea no tocaría techo hasta diez años después, aunque allí estuvo el germen. Críticas feroces se vertieron sobre aquella final, y eso que el aficionado ya estaba avisado de aquel desenlace. Sampras aterrizaba en el AELTC con un balance de 49-5 en la temporada 1994, con siete títulos en once torneos disputados. Ya en Wimbledon, solamente Todd Martin pudo arañarle un set en semifinales, el mismo que dos semanas atrás le había sorprendido en la final de Queen’s. Pero Pete se transformaba en Grand Slam, así fue como arrasó a tres top10 consecutivos para alcanzar la victoria. Y ojo, que Goran en pasto era de todo menos cómodo, pero el de Washington tenía un plan.

Lo que no esperaba Pete era que la repulsa provocada por aquella final terminaría salpicándole directamente a él. “Sampras es aburrido, es una amenaza para el juego con su dominio”, exclamaban la prensa inglesa. ¿De verdad el Nº1 del mundo podía traer algo negativo a su deporte? “En mi carrera me acusaron de jugar un tenis brillante que ganó a muchas mentes, pero no ganó corazones. Después de aquella final, recuerdo que uno de los tabloides en Reino Unido publicó el siguiente titular: ‘SAMPRAZZZZZZZZ’. A mí me habían educado para ganar partidos, eso es lo que cuenta. No era de formar escándalos, ni de llamar la atención mientras caminaba por la cancha, pero ahora resultaba que ser bueno era aburrido, incluso era una amenaza para el tenis”.

Las provocaciones ya no apuntaban únicamente a su tenis, sino que pasaron directamente a su personalidad, a castigar su manera de comportarse dentro de la pista. No miento cuando digo que Sampras lo pasó mal durante un tiempo, sobre todo en ruedas de prensa, donde se le notaba siempre a la defensiva, justificando su carácter. Su mayor virtud, el autocontrol, se llegó a vender como ausencia de emoción, acusándole de tener sangre de horchata. ¡Pues claro que tenía emociones! La diferencia es que las manejaba como nadie, ¿no consistía en eso? McEnroe, Connors o Becker ganaron menos que él, pero tuvieron legiones de fanáticos a sus pies simplemente por expresar sus emociones con libertad. Lo que no sabían los aficionados es que necesitaban hacerlo para jugar bien, para sacar su mejor tenis. ¿Y qué pensaba Pete? “Nunca lamenté ni envidé eso, pero sí que sentí que los medios podrían haber hecho más por apreciar cómo era yo”.

Ese era Pete Sampras, no solo un grandísimo campeón, el mejor de su generación, también era una persona discreta, introvertida y excesivamente tímida. Aunque por dentro habitara un caníbal. “Luego, con el paso de los años, empecé a emocionarme más en la cancha, lo demostré de diferentes maneras, incluidas algunas de las cuales estoy seguro que John aprobó. Pero en general seguí siendo bastante reservado. Mi mayor versión de un impulso o un grito primitivo fue simplemente levantar el puño por encima de la cabeza. Ese era todo el mensaje que necesitaba enviar