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Hay un aspecto medio salvaje en él, o salvaje en extremo, a veces cuesta trabajo definir pues en sus gestos denota cierta mesura, hasta da la idea de ser un tipo comedido, pero el aspecto salvaje está.
Siempre fue así, desde sus años en Oklahoma City Thunder, allá por 2010; con su barba tupida, dando la misma impresión que uno de esos leñadores del medio oeste o de aquellos esclavos africanos que en el sur de Estados Unidos, entre plantaciones de algodón pasaban sus días.
La mirada fría, como poseído, gestos cortos, oquedad sin límites y extrema obsesión con el juego, con la asistencia precisa, sabiendo el momento exacto en el que realizar un disparo y haciéndolo bien, perfecto, desde la media o desde la larga distancia; James Harden estaba destinado a triunfar en el baloncesto y eso lo supimos todos desde el primer momento que pisó las duelas de la NBA; algunos hablan que desde antes, en el básquetbol colegial, como tantos otros, como sea, los hechos muestran que había dejado todo para el momento indicado.
El perdedor
Y James Harden fue bueno, muy bueno con los Thunder, luego siguió siendo bueno, un poco más bueno en Houston, con los Rockets y cuentan que casi lo declaran hijo ilustre de Texas, pero Harden no ganaba, quedó a las puertas del anillo ante el Miami Heat y luego en distintas instancias de playoffs terminaba viendo como Spurs, Warriors o Clippers desmoronaban su sueño de ser campeón.
En sus gritos, al anotar de tres o cuando protagonizaba uno de esos tapones impactantes, en sus gritos se denotaba la frustración, la emoción contenida por el fracaso excesivo, por tantos y tantos fracasos.
Así llegó el MVP, hace unos cinco ya pero tampoco cambió el guion, más bien los sucesivos capítulos de fiascos rotundos siguieron marcando la pauta en el día a día de Harden y en Nueva York con los Nets, las cosas debieron ser diferentes, debió llegar el éxito, hasta se habla de un primer anillo; igual, en los gritos de Harden se palpaba ira y además desesperación.
La vuelta de tuerca
Y entonces, cuando menos se esperaba su historia dio un vuelco total, Harden salió de Brooklyn y recaló en Pensilvania, en la mítica Pensilvania, en el mismo lugar donde emergió, tomó forma el gran país que conocemos hoy.
Harden intentó encontrarse, estaba perdido, en el Barclays Center debió vivir a la sombra de Durant e Irving y eso lo fulminó, pero intentó regresar otra vez, mostró algo de su clase de antaño y con la derrota ante el Heat en semifinales de la Conferencia Este, otra vez se difuminó.
El último grito
La gente en Filadelfia quería ver un cambio, “El proceso” se había dilatado mucho y del recuerdo de Allen Iverson y de aquel anillo allá en los 80, de la mano de Julius Irving, de esos recuerdos no se podía seguir viviendo. James se preparó, comenzó a entrenar desde el día 1 de la pretemporada, reajustó su salario para que los Sixers pudieran sumar nuevos jugadores y a finales de octubre, con el arranque de la nueva campaña, renació la ilusión, era otro James Harden.
Hace unas horas, Harden volvió a ser figura en la victoria de los Sixers ante Sacramento 123-103; luego de sospesar lesiones y algo de incertidumbre, el hombre de la barba recordaba a los fanáticos lo que podía hacer; 21 puntos y 15 asistencias y en sus gritos, en el último de sus gritos, se notaba algo diferente, quizás, poniendo las cosas en contexto, James Harden esté pensando que la hora de la reivindicación llegó.