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Hay historias que siempre deben ser contadas, historias como esta, donde al amor y la pasión irrefrenable marcan la pauta y quizás por esos hilos sigilosos que cuece la inexorable nostalgia, volvamos a ella, buscando en el pasado las claves de nuestro presente, creyendo ciertamente que el futuro puede ser mucho mejor.

Fue hace veinte años, en un verano que como tantos otros pudo ser un verano cualquiera, pero no, no lo fue…

Develan las crónicas y los anales de la época que por aquel entonces, Santo Domingo acogió la edición número 14 de los Juegos Panamericanos y si en el comienzo eran más las dudas que las certezas, al final, cambiarían las cosas para siempre.

El legado del baloncesto dominicano en Santo Domingo 2003: la crónica necesaria

Hoy, todavía se habla de las medallas de oro de Juana Arrendel y de Félix Sánchez, también de la corona del voleibol femenino, pero tal vez en algún recóndito paraje de la memorabilia popular, se evoque la gesta del baloncesto masculino dominicano y en caso dado, habría razones de sobra para hacerlo.

Al ahondar en los registros, tenemos que la escuadra criolla llegaba a esos Juegos Panamericanos con el aval de apenas tres participaciones en (1979,1983 y 1999) y en perspectiva, la mayoría de los pronósticos aseguraban que, compitiendo en el Grupo A junto a México, Brasil y Canadá, la selección dominicana debería conformarse con discutir los puestos del cinco al 8, no obstante, esto fue lo que pasó:

El mítico Héctor Báez, frotó la lámpara y aferrado a su sapiencia logró conformar el mejor equipo posible de cara a la justa y allí al Palacio de los Deportes, Virgilio Travieso Soto, llegaron entre otros, José Vargas, Jack Michael Martínez, Carlos Paniagua, Otto Vantroy, Carlos Morbán y Francisco García.

Los hechos

Los pupilos de Báez rompieron las acciones ante México y a base de una férrea defensa, doblegaron a los aztecas 72-67.

Horas después, sobrevendría un duelo de alto voltaje frente a los canadienses y  otra vez el trabajo en la pintura de figuras como Vantroy, Morbán y Paniagua, eclipsaron el poderío de los norteños y Dominicana se impuso 90-88 para asegurar contra todo pronóstico su pase a semifinales.

De esta manera los quisqueyanos fueron a discutir el primer lugar de su llave frente a Brasil, pero ya ahí la realidad tomó otro cariz y los amazónicos acabaron imponiendo su estirpe en la duela.

Y llegó la hora de la verdad y en la cancha Dominicana tenía que sortear el duro escollo que representaba aquel seleccionado de Puerto Rico que tenía a Carlos Arroyo como principal exponente.

Cuando Jack Michael Martínez se tragó la magia boricua

Aquel 6 de agosto el Palacio se desbordó de gente y con un enardecido Jack Michael Martínez, autor de 18 cartones y 16 rebotes, Dominicana doblegó a los boricuas 79-65 para ir a discutir el oro.

La selección reescribió su historia y de la nada, dio el impensable salto de calidad al llegar allí, al partido decisivo.

La estela de un imborrable acontecimiento

En frente estaba Brasil, el mismo equipo que los había doblegando en la primera fase y ese 7 de agosto, otra vez los sudamericanos refrendaron con creces su hegemonía continental, diluyendo el orgullo de los quisqueyanos y el 89-62 en la pizarra fue el veredicto final.

Una plata que supo a oro, la única medalla que ha obtenido el baloncesto masculino en este tipo de certámenes y hoy, cuando han transcurrido dos décadas de aquella gesta imperecedera y el baloncesto dominicano se apresta para afrontar el reto de los Juegos Panamericanos Santiago 2023, evocamos con júbilo la impronta de aquel grupo que sembró la ilusión y al menos por unos días, nos hizo soñar.