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Después de ese primer gol ante Estados Unidos, fue nada, bruma, algo de carácter, atisbos de actitud en momentos precisos del partido ante Irán y hoy ante Inglaterra, para muchos, Gareth Bale no solo se despidió de Qatar, también de la selección galesa.

Antes del juego habló, lo hizo bien, lució como lo que un día pretendió ser, como una reencarnación de aquel jugador que en 2016 todavía fue capaz de llevar a su equipo hasta las semifinales de la Eurocopa; después, cuentan que el silencio fue sepulcral, desde Cardiff hasta Conwy, en todo Gales, incluso más allá, nada se habló, no había nada que decir.

El peor final

Fue el peor final, goleados, sin perspectiva, sin ilusión alguna y sin él, sin el capitán, el hombre que había comandado la épica de regresar a un Mundial 64 años después y Gareth Bale habló bien, confiaba en la victoria, en que su equipo sabría explotar las debilidades de los ingleses, pero hasta ahí, en palabras quedó todo, en el campo, desde el comienzo hubo un solo protagonista.

Y está Oscar Wilde y El fantasma de Canterville, pero hoy, con lo británico como centro, tal vez como un patrón común en lo cultural, hoy pudo nacer en suelo islámico El fantasma de Cardiff; la historia de un jugador que un día hace unos seis o siete años deslumbró a todos, debió brillar, lo pudo hacer, pero nunca confió en él.

270 minutos después…

Hay una realidad, Bale era otra cosa con Gales, allí, con la franela nacional exorcizaba sus demonios, todos, los del Tottenham y los del Real Madrid, era una manera de escapar de su realidad; hoy, hace solo horas, pudo haber gastado sus últimos cartuchos, esa realidad se desmoronó, era el Mundial y tal vez al final, ese atisbo de incredulidad en su rostro al mirar a la pizarra y ver el marcador, le hizo darse cuenta del lugar donde estaba, pero ya era tarde, 270 minutos después era demasiado tarde.

Se llegó hasta pensar que el Mundial podía ser la mejor oportunidad para que Bale relanzara su carrera, era imposible creer que a los 33 años, no quedara nada de buen fútbol en él, su zurda, su técnica exquisita, era imposible, sin embargo, al mirar las distintos planos con su rostro así, opaco, hasta sombrío diría, al verlo de ese modo, apenas balbuciendo alguna que otra palabra, no queda más remedio que aceptar el final.

Hoy, lo que vimos, fue el fantasma de ese hombre que alguna vez llegamos a admirar.