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En un nuevo capítulo de las protestas climáticas que sacuden al mundo, un grupo de activistas radicales ha vuelto a acaparar titulares al atacar la lujosa mansión del futbolista argentino Lionel Messi en la isla española de Ibiza.

Miembros del colectivo Futuro Vegetal perpetraron el vandalismo en la madrugada del [día], lanzando pintura roja y negra contra la fachada de la propiedad y desplegando una pancarta con el mensaje “Ayuda al planeta, comete a un rico. Abolir la policía”. El grupo justificó su acción denunciando la “responsabilidad de los ricos” en la crisis climática y alegando que la construcción de la mansión sería ilegal.

Un mensaje polémico La elección de Messi como blanco de su protesta ha generado un intenso debate a nivel mundial. Los activistas argumentan que figuras públicas con gran riqueza, como el astro del fútbol, deben asumir un papel más activo en la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, sus métodos radicales han sido ampliamente criticados, tanto por la comunidad artística como por la opinión pública, que considera que el vandalismo no es la forma adecuada de abordar un problema tan complejo.

Un patrón de comportamiento. Este no es el primer incidente de este tipo protagonizado por Futuro Vegetal. El grupo, vinculado a movimientos ecologistas internacionales, ha llevado a cabo numerosas acciones de protesta en los últimos años, muchas de ellas dirigidas contra obras de arte o propiedades de personas adineradas. En 2022, por ejemplo, sus miembros pegaron sus manos con pegamento a cuadros de Goya en el Museo del Prado de Madrid, generando una gran conmoción.

Las autoridades responden. Ante la escalada de estos actos vandálicos, las autoridades españolas han intensificado la vigilancia y han detenido a varios miembros de Futuro Vegetal. Sin embargo, el grupo ha demostrado una gran capacidad de organización y continúa llevando a cabo nuevas acciones, lo que plantea un desafío para las fuerzas del orden.

El debate sobre el activismo climático El caso de Messi ha reavivado el debate sobre los límites del activismo climático y la efectividad de las protestas radicales. Si bien es cierto que la crisis climática representa una amenaza existencial para la humanidad, muchos cuestionan si la destrucción de bienes privados o públicos es la mejor manera de concienciar a la sociedad y presionar a los gobiernos para que adopten medidas más ambiciosas.

¿Hasta dónde están dispuestos a llegar los activistas para hacerse oír? Esta pregunta sigue abierta y plantea un dilema ético que divide a la opinión pública.