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El voleibol dominicano ha sido, durante más de una década, el faro de excelencia en la región de NORCECA y más allá. Cada torneo al que asistía el sexteto femenino dominicano parecía una conquista asegurada, con sus jugadoras demostrando un dominio que las había convertido en referencia obligada del voleibol internacional. Pero en septiembre de 2024, esa narrativa cambió abruptamente. La victoria de Cuba sobre la República Dominicana en la Copa Panamericana Sub-23 Femenina no fue solo un partido ganado, fue un golpe directo al orgullo de un país que había hecho de este deporte su bandera de éxito.

Durante años, las Reinas del Caribe, tanto en sus selecciones mayores como juveniles, habían ejercido una hegemonía casi total. Pero en esta final, algo se rompió. En lugar de seguir el guion que tantos esperaban, Cuba emergió con fuerza y rompió la racha de seis títulos consecutivos que las dominicanas venían arrastrando. Los parciales de 28-26, 22-25, 25-21 y 25-20 reflejan una batalla intensa, pero lo que queda claro es que Cuba no solo fue superior en el marcador, sino también en el aspecto emocional y estratégico del juego.

La incómoda pregunta: ¿Qué falló en Dominicana?

Es fácil atribuir esta derrota a una simple “mala noche” o a un cúmulo de circunstancias imprevistas, pero esa sería una visión superficial. Los problemas fueron evidentes y constantes a lo largo del partido. La defensa, que siempre había sido una de las fortalezas del sexteto dominicano, estuvo desorganizada y, en momentos cruciales, inexistente. Las jugadoras cubanas, lideradas por Grafort, James y Kindelán, no solo atacaron con precisión, sino que supieron explotar cada debilidad defensiva de las dominicanas. Esos 55 ataques efectivos de Cuba frente a los 42 de República Dominicana reflejan una diferencia sustancial en la agresividad y ejecución en la ofensiva.

Pero no todo fue mérito cubano. Las dominicanas también mostraron una falta de cohesión que sorprendió a propios y extraños. Combinaciones ofensivas mal ejecutadas, problemas en la recepción y una evidente desconexión entre las jugadoras clave pusieron de manifiesto que este no era el equipo dominante al que estábamos acostumbrados. ¿Dónde estaba la letalidad de jugadoras como Alondra Tapia, que a pesar de sus 24 puntos, no pudo liderar a su equipo como se esperaba? ¿Cómo se explica que, pese a tener la ventaja en bloqueos y servicios, las dominicanas no supieran capitalizar esos puntos fuertes?

El factor emocional y la caída de la hegemonía

En el deporte, la mentalidad lo es todo. Y en este caso, la presión de mantener una racha perfecta durante seis ediciones consecutivas de la Copa Panamericana Sub-23 pareció pesar sobre los hombros de las dominicanas. A menudo, los equipos que se acostumbran a ganar desarrollan una sensación de invulnerabilidad que, cuando es puesta a prueba, puede llevar a un colapso emocional. Eso es lo que parece haber ocurrido en este partido. Las cubanas, por su parte, jugaron sin ese peso. Al no tener nada que perder y mucho que ganar, se mostraron sueltas y agresivas, aprovechando cada error dominicano con precisión quirúrgica.

La lesión de la líbero dominicana, Fernández, en el último parcial al chocar contra una de las bardas, fue un reflejo del nivel de desorganización y caos que vivió el equipo durante el encuentro. Aunque Fernández continuó jugando cojeando, el daño ya estaba hecho, tanto física como mentalmente. Cuba no perdonó y selló una victoria que marcará un antes y un después en la historia reciente del voleibol juvenil en la región.

¿Y ahora qué? La incómoda reflexión

El camino hacia la recuperación para la República Dominicana no será fácil. Las expectativas estaban —y siguen estando— por las nubes. Esta derrota podría ser un llamado de atención para revisar aspectos fundamentales del equipo que quizá habían sido pasados por alto debido a su éxito continuado. ¿Es necesario un relevo generacional? ¿Ha llegado el momento de replantear las estrategias ofensivas y defensivas? Estas son preguntas incómodas, pero necesarias si el sexteto dominicano desea recuperar su lugar en la cima.

Por otro lado, la victoria cubana no puede verse solo como un hecho aislado. Este triunfo es el resultado de años de trabajo en la cantera cubana, que ha sabido aprovechar las oportunidades y formar jugadoras con hambre de éxito. Esta victoria, más que una sorpresa, es el reflejo de un equipo que ha venido creciendo en las sombras, esperando su momento. Y ese momento ha llegado.

El panorama futuro para el voleibol juvenil en la región está más abierto que nunca. Si bien República Dominicana aún es una potencia, la irrupción de Cuba en lo más alto de la Copa Panamericana Sub-23 demuestra que las hegemonías, por más sólidas que parezcan, siempre están sujetas a desafíos.

El sexteto dominicano aún tiene mucho por dar, pero esta derrota debe ser vista como una oportunidad para reflexionar, reorganizarse y adaptarse. Cuba, por su parte, ha dejado claro que está lista para disputar el trono. El próximo encuentro entre estas dos potencias será, sin duda, aún más anticipado. Pero una cosa es segura: ya no existe un equipo invencible.