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Tiene 45 años y en su rostro ya se pueden ver las huellas inclementes del tiempo y algunos pudieran pensar al verlo así, con el rostro marchito y la mirada medio opaca que se va a desmoronar, que es cuestión de tiempo para que se desplome, pero no, como uno de esos viejos caballeros templarios, Raúl Valdés siempre levanta la cabeza y con porte erguido camina hacia el box…
Y escribo Raúl Valdés y en este instante al hacerlo, puede sonar común, demasiado común diría, tal vez como Pedro o Juan o Pablo, no obstante, el criollo bien podría ser un alter ego de Lou Gehrig, de Jimmie Foxx, de Phil Rizzuto o de todos ellos juntos, pues salvando las distancias y el calado que ostentan estos nombres, en la estela de Raúl Valdés también está la huella de aquellos grandes.
Raúl Valdés: la leyenda
Por un lado, están sus resultados, desde su irrupción en las Series Nacionales de Cuba, su paso por MLB y luego por Japón hasta llegar aquí, al lugar donde se ha vuelto inmortal…República Dominicana.
Están sus resultados, pero más allá, lo que resalta es esa constancia y la voluntad perenne de ir siempre adelante, dejándolo todo en cada salida, como si el mañana fuese una quimera.
Es Raúl Valdés, el “Caballo de Hierro” de la pelota dominicana y es que desde su debut en LIDOM hace ya veinte años, durante la zafra 2003-2004, el cubano ha estampado su sello personal a base de coraje y entrega sin límites.
Raúl Valdés: el ídolo de La Romana, la insignia de los Toros del Este
Valdés, el medallista de bronce olímpico, el refuerzo de lujo en tantas Series del Caribe, el ídolo de La Romana y por supuesto, la insignia de los Toros del Este.
A sus 45 años, el antillano llegará a esta nueva campaña con una hoja de servicios impresionantes en la mejor liga invernal del Caribe y ahí están su récord de 52-50, su efectividad de 3.04 y 623 ponches en 810,2 tramos… guarismos de élite que refrendan el criterio.
Si hoy los Toros del Este sueñan con su cuarta corona es porque Raúl Valdés está allí y al parecer estará por largo tiempo, puede incluso que hasta los 50, siempre así, mirando con esa ecuanimidad despampanante desde un rincón cualquiera del Estadio Francisco Micheli.
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