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Estaban sus manos, cortas y en un momento pensó en jugar baloncesto y jugó, lo intentó al menos, pero aquello no era lo suyo y entonces decidió arriesgar.

Estaban sus manos, cortas y no fue en el baloncesto, no, tenía un don, dos, tres, o la fusión de todos ellos. Tenía las manos cortas pero una vista de águila, la combinación perfecta para triunfar en el béisbol y triunfó.

Vivió solo 54 años y el 16 de junio hará una década ya de aquel fatídico día, cuando un cáncer se lo llevó, aunque dicen que fue la mala costumbre de mascar tabaco la que lo mató y así, sobre su figura se han tejido las más disímiles historias respecto a ese final, tal como ocurre con las leyendas.

El legado

Tony Gwynn fue eso, leyenda, desde el mismo instante en que irrumpió en los diamantes de Grandes Ligas aquel 19 de junio de 1982.

Fue en un juego contra los Filis de Filadelfia, bateó de 4-2 y desde entonces comenzó ese romance de 20 años que lo ataría por siempre a los Padres de San Diego.

Míster Padre, El Maestro, el hombre que en su momento fe la rencarnación de Ted Williams y de Ty Cobb y luego los superó y con 37 años, ya en el ocaso, bateó 372 e impulsó 117 carreras par estampar su propio sello.

El artista

Para ese entonces, allá por 1997, había disertado e incluso, tres años antes, en 1994, quedó a las puertas de los 400, compiló para 394 y todos coinciden que solo el parón por la memorable huelga impidió que 53 años después (Ted Williams en 1941) Tony Gwynn cruzara la mítica barrera de los 400 y pisara la tierra prometida.

Nació para eso-decían, lo siguen diciendo, fue un artista del bateo, todo la hacía ver fácil; pegarle como nadie a la recta de Shane Reynolds o masacrar la slider de Randy Johnson, por solo citar.

Pudo ir a Nueva York a Boston, a Los Ángeles o a San Luis, a cualquier lado, recibió ofertas, cualquier lo hubiera hecho, pero era Tony Gwynn, un tipo cortado a la antigua, leal, decente, con decoro y se quedó en San Diego, siempre prefirió a San Diego.

Inmortal

Es el mismo que en pleno Yankee Stadium, durante el primer Juego de la Serie Mundial de 1998 acaparó los reflectores, se robó el show, era el show; la gente quería verlo, escucharlo, saludarlo de alguna manera.

Sus números lo dicen todo, 338 de average, 3141 hits, 1138 carreras empujadas, 1383 anotadas y cuando se retiró en 2001, un 7 de octubre para ser exacto, sabíamos que su sitial en Cooperstown ya estaba guardado.

Lo exaltaron en 2007, cuatro años antes de su muerte y fue hermoso, el discurso, su rostro, el rostro de los presentes, la solemnidad… ya era Tony Gwynn, la leyenda.

Un día como hoy cumpliría 63 años y duele el vacío, se siente, como caló aquel adiós inesperado en 2014, sin embargo, su impronta esta ahí, como algo imperecedero, contra las inclemencias del tiempo, contra todo, es la estela de un grande, por eso este réquiem.