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En el vibrante escenario del Mundial Femenino Sub-20 en Colombia, un equipo ha captado la atención tanto por su rendimiento en la cancha como por su vida fuera de ella: la selección femenina de Corea del Norte. Mientras las jugadoras han sorprendido con su desempeño deportivo, su presencia en Medellín ha revelado una vida llena de misterio y disciplina.

El atardecer en Medellín trae consigo una imagen que parece casi sacada de un guion cinematográfico. En el pintoresco barrio de El Poblado, un grupo de futbolistas norcoreanas camina en silencio hacia su hotel. La escena es casi ritual: las jugadoras, uniformadas en camisetas blancas y pantalones cortos, están acompañadas por una chaqueta distintiva de color hueso, adornada con una franja rosa y la bandera de Corea del Norte.

El contraste entre la vida pública y privada del equipo es notable. Dentro del campo de juego, las futbolistas han demostrado una habilidad técnica y una táctica que las posiciona como uno de los equipos más destacados del torneo. Sin embargo, es fuera del terreno de juego donde su enigma se profundiza. La disciplina que muestran en la cancha parece ser un reflejo de su vida diaria, marcada por una rutina rigurosa que recuerda a un régimen militar.

Las interacciones de las jugadoras con los locales son limitadas, y su presencia en la ciudad se mantiene deliberadamente discreta. A menudo se les ve desplazándose en grupo, con movimientos meticulosos y una conducta que acentúa la idea de una estricta uniformidad impuesta desde el régimen de Kim Jong Un. Esta observación ha generado una mezcla de fascinación y curiosidad entre los residentes de Medellín.

La privacidad que envuelve al equipo es también una manifestación de la política y el aislamiento que caracterizan a Corea del Norte. En una era en la que el acceso a la información es cada vez más amplio, la existencia de estas jóvenes atletas, y la forma en que se manejan dentro y fuera del campo, se convierte en un reflejo del hermetismo que define a su país natal.

Mientras la competencia avanza y las expectativas crecen, la enigmática presencia de las futbolistas norcoreanas sigue siendo un tema de conversación tanto en el ámbito deportivo como en el sociocultural. La combinación de su destacado rendimiento en el torneo y su austera forma de vida en Medellín no solo subraya la disciplina y la constancia del equipo, sino que también añade un velo de misterio a su ya intrigante historia en el Mundial Femenino Sub-20.