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Nunca más apropiado que en estos días, cuando el US Open concentra toda la atención del mundo del tenis, para que James Scott Connors celebre su 70° cumpleaños. Porque el incomparable Jimbo de las décadas del 70 y 80 -y aún de los primeros tiempos de los 90- hizo del Abierto de los Estados Unidos su verdadera fortaleza.
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Connors ha quedado como uno de los gigantes de la historia, con ocho coronas de Grand Slam, más de cien títulos en el profesionalismo –109 exactamente, cifra inigualada hasta nuestros días– y, más allá de lo que reflejan las estadísticas, como uno de los máximos exponentes de aquella revolución (técnica, física y mediática) que significó el tenis de los 70. En los que pudieron disfrutarla, el recuerdo de aquellos partidos a todo o nada, con Borg, McEnroe o Guillermo Vilas, constituidos en enemigos sin cuartel dentro de un court. Y con los que Connors prolongaba su rivalidad, aunque rara vez compartían algún momento fuera de las canchas.
Aguerrido, individualista, solitario (muy apegado a su madre y formadora, la legendaria Gloria Thompson), Connors desplegaba una mentalidad ganadora, intimidante. Y sin embargo, no le faltó nunca el costado glamoroso que lo convirtió en estrella. Primero fue su romance con la otra número 1 del tenis su tiempo, Chris Evert, que se interrumpió semanas antes de que llegaran al altar. Luego se le conoció un affaire con una de las Miss Mundo más famosas de su época, Marjorie Wallace. Y finalmente, sorprendió al casarse con quien sería la mujer de su vida (y también la madre de sus dos hijos): Patti McGuire, cuyo estrellato llegó como chica de tapa de Playboy y luego como Miss Connors.
Jimmy Connors venía de una familia de buen pasar de Saint Louis, Illinois, donde su abuelo, John T. Connors, llegó a ser alcalde. Este tuvo un hijo, Jim, casado con Gloria Thompson (hija, a la vez, de otro funcionario municipal). La relación de Jimmy con su padre no fue tan intensa y relevante como la que sí tuvo con su madre, quien se propuso convertirlo en un tenista de primera línea. Y vaya que lo consiguió. Ella fue su manager, entrenadora y guía todo terreno, tanto en las canchas públicas donde jugó en sus primeros años como en las competencias de infantiles y hasta en el ciclo universitario, que cumplió en la prestigiosa UCLA, en California.
“Criado por mujeres para conquistar hombres, el viaje de Jimmy Connors”, fue el título de una historia de Frank Deford para Sports Illustrated en 1978, que reflejaba el poder de aquellas mujeres: la mamá Gloria y la abuela Berta.
“Su madre es la única persona en la que confía. No se sienten cómodos con nadie más. Tienen una lealtad tan abrumadora el uno al otro que son incapaces de tener relaciones duraderas con el exterior”, decía un vecino de St. Louis que conocía a la familia desde siempre. Deford contó que “en Illinois, Gloria lo llevaba a los clubes, solicitando buenos jugadores adultos para jugar con su hijo. Y a los que carecían del entusiasmo, los tildaba de esnobs”.
Gloria Connors era también la que peleaba los contratos. Una anécdota de mediados de los 70, revela que Riordan consiguió que Michelob financiara un triangular entre Jimbo, Vilas y Borg con un millón de dólares, cifra que hoy significa poco, pero que en esa época era asombrosa en el tenis. Medio millón, estaba destinado al ganador mientras que el último del trío se aseguraba, al menos, 200 mil dólares. Gloria Connors encaró al promotor: “Tiene que haber 250 mil dólares adicionales para Jimbo”. El auspiciante huyó y el triangular no se jugó nunca. “En toda su vida, Gloria y Jimmy han sido extravagantes solo con su amor y lealtad el uno por el otro” definía el periodista.
El despegue de Connors hacia los primeros planos se dio con su campaña de 1974, cuando obtuvo tres de los títulos del Grand Slam (Australia, Wimbledon y US Open), sólo se ausentó de Roland Garros, torneo al que rehuyó por cinco temporadas para retornar recién en el 79. Y es el único que no pudo incorporar a su palmarés -el polvo de ladrillo era la superficie que menos se le daba a su juego- aun cuando accedió cuatro veces hasta semifinales.
En aquellos años 70, Connors concentraba casi toda su actividad en los torneos en Estados Unidos y era suficiente para mantenerse al tope, ejerciendo por casi cuatro temporadas consecutivas la condición de número 1. Su etapa plenamente “internacional” llegaría más adelante. Pero si fue protagonista en primera línea frente a Borg y Vilas, también lo fue en la década siguiente ante las batallas que podían presentarle McEnroe (su “enemigo” por muchos años), Lendl o Wilander.
“Mi relación con el público arrancó con muchas aristas -contó en una entrevista reciente con el diario español El País- No me importaba. Solo quería que vinieran a verme. Yo era uno de los ‘chicos malos’ del circuito. Eso le daba al público algo por lo que animar o contra lo que gritar. A unos les gustaba. A otros no. A mí no importaba, yo sólo quería que vinieran. Pero se daban cuenta de mi estilo y de todo lo que entregaba en la cancha cuando salía a competir. Vieron como intentaba alcanzar la perfección. Les gustó, y al final todos estaban de mi lado”.
Un estilo de tenis propio
Vilas y Borg eran los especialistas en el juego desde la base, mientras que Connors desarrollaba un tenis más agresivo, equiparable en su velocidad al sueco.
El propio Vilas lo definió así: “A Connors hay que admirarlo por su velocidad de piernas, su increíble mentalidad ganadora para jugar al tenis y su técnica. El se fabricó, dirigido por Pancho Segura Cano, su propia técnica, lejos de la ortodoxia tradicional. Pega saltando de frente y permanentemente buscar tomar a la pelota cuando ya comienza a subir, no cuando está en su punto más alto. Eso le da una agresividad y velocidad temibles. Sus golpes tienen una profundidad constantes”.
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Ese estilo surgía a partir de su maravillosa devolución de servicio, probablemente de las mejores que conoció el circuito hasta la aparición de Andre Agassi.