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Eran otros tiempos, de esos sobre los que se cuentan las más increíbles historias, como esta, tiempos recios quizás, pero tiempos, aquellos, donde sin saberlo, éramos más felices, lo fuimos y en ese mes, tal vez con cierta dosis de egoísmo, nos creímos los seres humanos con más suerte del planeta.
Fue en aquel marzo de 2006, desde entonces una fecha memorable, cuando en menos de tres semanas se forjó la leyenda. Han pasado 17 años y aun hoy, emociona evocar siquiera lo sucedido en aquellas jornadas de fiebre beisbolera.
En el comienzo…
Hubo tensión y por momentos se llegó a poner en dudas la posible participación de Cuba, se especuló incluso que a la primera edición del Clásico Mundial, la Mayor de Las Antillas sería representada por peloteros que no estaban vinculados a la Federación Cubana de Béisbol, pero no, al final elenco que asistió a la justa estuvo integrado por jugadores que exclusivamente jugaban en la Serie Nacional, el máximo certamen a nivel doméstico.
Era la gran prueba de fuego que por años, los fanáticos de la pelota estaban esperando. Cuba había dominado a placer en el contexto amateur e incluso con la entrada de los profesionales a este circuito, los criollos se habían llevado la plata en las Olimpíadas de Sidney en el 2000, así como el oro en Atenas, en 2004.
Pero el Clásico era diferente, pues simplemente ahí sí estaban los mejores y por ende, aquel mito del equipo invencible se comenzó a poner en dudas.
El día D
Todo comenzó en San Juan y en el legendario Hiram Bithorn, allí en la capital de Puerto Rico, se dieron cita, además del combinado local, los seleccionados de Panamá, Holanda y Cuba.
Los cubanos debutarían frente a los canaleros y ya en ese primer desafío los aficionados pudimos ver lo que era un certamen de ese nivel, luego que ambos elencos llegaran empatados a 4 carreras al noveno inning.
Un jonrón de Yulieski Gurriel le dio ventaja de dos al combinado cubano, pero los istmeños ripostarían en la baja de ese episodio, igualando otra vez las acciones y quedando a las puertas del triunfo, después que Rubén Rivera fuese dominado con bases llenas por Yunesky Maya.
Minutos más tarde, en el onceno, Cuba fabricaría dos rayitas que sí serían decisivas y con ello comenzaban ganando en el torneo, quizás como especie de señal divina respecto a lo que acabaría sucediendo…
La clasificación
En su segunda presentación, los antillanos sometieron con facilidad al elenco de Países Bajos, desplegando una colosal ofensiva que lograría concretar 11 carreras, incluyendo soberanos cuadrangulares de Yoandy Garlobo y Osmany Urrutia.
La pizarra final marcaría 11-2 y con el triunfo ante los neerlandeses, los cubanos aseguraban su pase a segunda ronda, teniendo que medirse antes a los boricuas.
Si bien fue un juego de puro trámite, los puertorriqueños tocarían el henchido orgullo de los cubanos, al propinarle un estruendoso nocaut de 12-2, pero de modo concreto el resultado no incidía en nada, ya que ambos equipos habían asegurado su presencia en la siguiente instancia.
La hora cero
A la hora de la verdad, en el mismo Hiram Bithorn, dentro del llamado “Grupo de la Muerte”, Cuba abrió la ronda decisiva contra Venezuela, logrando una sorprendente victoria de 7-2, con excelentes actuaciones monticulares de los diestros, Yadel Martí y Pedro Luis Lazo, quienes mantuvieron en jaque a una tanda que contaba con hombres como Miguel Cabrera, Bobby Abreu y Omar Vizquel.
Luego contra Dominicana, la defensa haría aguas pero de igual modo los de la tierra de la salsa darían guerra hasta al final, para caer 7-3, dejando las bases llenas en el noveno inning.
De este modo llegaría el choque decisivo ante Puerto Rico, otra vez, apenas transcurrido unos días de aquel primero y en un abarrotado estadio, Cuba daría el batacazo al llevarse la victoria 4-3, con un espectacular relevo Vicyohandry Odelín, quien cerraría con un legendario ponche al estelar Iván Rodríguez.
Y llegaron a San Diego
Estaban en semifinales, nadie lo creía, la escuadra que no tenía un solo jugador de Grandes Ligas dejaba en el camino a potencias como Venezuela y Puerto Rico y con ese plus salieron a enfrentar a los dominicanos en el Petco Park de San Diego.
Un duelo cerrado, en el que los cubanos supieron aprovechar a cabalidad la única brecha que dejó el pitcheo quisqueyano y ahí mismo decidieron el choque con racimo de tres en el sexto, suficientes para que otra vez, Pedro Luis Lazo cerrara a todo tren, con ponche incluido a Alfonso Soriano.
La gesta
En la final, Japón, el increíble Japón de Ichiro Susuki, Daisuke Matsuzaka y compañía. Todavía, a pesar del tiempo transcurrido, los recuerdos de aquel 20 de marzo están bien frescos; el rally del primer inning que pudo definir todo para los nipones, luego la respuesta de Cuba y tras pegar el juego 6-5, después del cuadrangular del estelar Frederich Cepeda, la estocada asiática en el noveno.
Acabó 10-6 y con el ponche a Yulieski Gurriel, cierto sinsabor quedaba como flotando en el aire, pues la sensación que emergía era aquella donde quizás se pudo hacer más por ganar, pero igual, estaba la satisfacción de un segundo lugar histórico, pues cuando nadie contaba con los cubanos para estar allí en San Diego, ellos forjaron su propio camino y cambiaron por completo el guion.
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