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Dos golazos de Lamine Yamal y Dani Olmo lanzaron a un equipo que volvió a ser el mejor amigo del balón. Da igual el rival, Inglaterra o Países Bajos. El único peligro para La Roja es el de traicionarse a sí misma.
En el fútbol, un simple detalle es capaz de hacer trizas días y días de pizarra y entrenamientos. Así ocurrió en Múnich, con el añadido de que en apenas cuatro minutos vimos la cara y la cruz de la misma moneda. En el 5′ fue España la que disfrutó de una ocasión de oro con el centro medido de Lamine que Fabián no supo cabecear a gol. En el 9′, en un calco de esa jugada, fue Francia la que dio de pleno en la diana: Mbappé centró desde la izquierda y Kolo Muani, titular en detrimento de Griezmann, batió a Unai Simón de un testarazo sin apenas oposición. El jugador del Atlético pagaba con esa suplencia su mala Eurocopa, mientras que el del PSG aportaba más punch arriba.
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Lo que se abría con ese 0-1 era el peor escenario posible para España, con Francia aún más echada atrás y aferrada a las contras de Dembélé y Mbappé, terribles en su velocidad. Ay madre, qué miedo. Más aún teniendo en cuenta que Navas sumaba ya una amarilla tras verse obligado a frenar con falta una internada peligrosa de Rabiot.
Era el momento de comprobar de qué pasta estaba hecha La Roja. Y entonces asistimos a algo que, irremediablemente, nos trasladó a la víspera, a una frase de esas que no pasan inadvertidas: “Si Yamal quiere jugar una final, tiene que demostrar más cosas de las que ha hecho”. Su autor, Rabiot. Y Lamine, está claro, tomó nota. Así que en el minuto 21 regaló al fútbol uno de esos goles que viajan a través de las Eurocopas. La joya del Barça recibió el balón, se lo acomodó en la zurda y remató desde 30 metros en una parábola ante la que nada pudo hacer Maignan. El balón incluso tocó en el poste antes de provocar el éxtasis de la afición española. Un tanto que tiene una etiqueta grabada en bronce: es el jugador más joven en marcar en una Eurocopa o un Mundial. Supera a un tal Pelé.
Una auténtica obra de arte, algo que dejó a los franceses con la boca abierta hasta tal punto que, sin haberse recuperado del golpe, encajaron el 2-1 cuatro minutos después, ahora con la firma de Olmo. Control de notable, recorte de sobresaliente y remate duro que llegó a tocar en la bota de Koundé antes de besar la red. Era la mejor forma de reorientar el partido, de hacer que España recuperara el timón. No lo soltó de ahí hasta el descanso, sin ocasiones claras por parte de ningún equipo, con ese respeto mutuo y sensación de aparcar la verdadera batalla para los segundos 45 minutos.
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Dembélé y Mbappé, amenazas
En ella debía dirimirse quién se hacía hueco en la final del próximo domingo en Berlín. Francia subió una marcha, de nuevo gracias a Dembélé y Mbappé, con Rabiot pidiendo el balón y Kanté acumulando kilómetros, no sé cuántos millones lleva ya en sus piernas. En el 56′, el chasis de Navas dijo basta y tuvo que ser sustituido por Vivian, que se acomodaba como central con el lógico paso de Nacho al lateral derecho. Lo de Navas es de premio, a sus 38 años titular en una semifinal de la Eurocopa con la agradable tarea de defender a Mbappé. Jesús del Gran Poder.