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¿Cómo no pensar en eso?- me pregunto; han pasado los horas y la idea sigue ahí, dando vueltas en mi cabeza, como en la de tantos y creo incluso que seguirá por mucho tiempo y dentro de quince o veinte años, quizás más, se hablará todavía de este momento, como se habla de aquel otro de hace casi dos décadas.
Después de aquel segundo partido, nadie lo esperaba, los dieron por muertos, hasta yo pensé en el final y es que perder con Italia, así, de esa forma, no podía dejar otra sensación, que no fuera la asociada al tedio y al pesimismo.
Como una pesadilla se consumó lo que nadie jamás hubiera pensado y un equipo cubano de béisbol cayó ante un combinado transalpino en su segunda presentación dentro del máximo torneo a nivel de selecciones, para darle otra pincelada más al lienzo trágico que se ha pintado sobre la pelota criolla en los últimos tiempos.
Antes… el pesimismo
Para ese entonces, luego de que el relevo criollo no aguantase en esa décima entrada frente a los europeos, se concretó la segunda derrota de una escuadra que llegaba a la cita con el plus adicional de tener en sus filas por primera vez a jugadores activos en Grandes Ligas, tales como Luis Robert Moirán y Yoan Moncada.
La maldición parecía perpetuarse en el tiempo, luego de caer en el primer duelo ante Países Bajos, el fracaso contra los italianos exacerbó los demonios y en este sentido cuentan que ya se escuchaba una oración fúnebre, como aquella de Queronea.
Sin embargo, luego de aquel sexto inning ante Panamá, todo cambió, los bates despertaron, el pitcheo se mostró a un alto nivel, tal vez más efectivo y con récord incluido de 21 hits, los caribeños vapulearon a los canaleros 13-4 para dejar abierta una mínima brecha, dejando entrever algo de luz en el camino.
Contra lo imposible
En este punto se habló de rezos en las iglesias y hasta de ofrendas a los orishas en los altares yorubas, para que estos movieran sus hilos allá en Taichung, a golpe del humo de algún tabaco y así, ante los ojos de todos, lo que no debía suceder, ocurrió; Italia perdió ante los panameños y los taipeyanos y a su vez, los neerlandeses de igual modo fueron dominados por el seleccionado asiático, dejando todo listo para que en el grupo A del quinto Clásico Mundial, las cosas se decidieran el último día.
Un doble de Alfredo Despaigne y un descomunal jonrón de Erisbel Arruebarruena en el mismo primer episodio, silenciaron a un enardecido graderío que se había dado cita para apoyar al combinado local. Era la antesala de lo que acontecería…
Acabó 7-1, el resultado perfecto para soñar con un viaje a Tokio que hasta horas antes se tornaba imposible, pero no terminaría ahí, pues en el otro cotejo de la jornada, los italianos dispondrían de los tulipanes, forzando un quíntuple empate que le daría a Cuba el primer lugar de su apartado, gracias al mejor cociente (carreras permitidas entre outs realizados)
¿El embrujo?
– El embrujo antillano- dijeron muchos y enseguida afloraron los recuerdos de aquel primer Clásico en 2006, el partido con Panamá, el pelotazo que no cogió Rubén Rivera con bases llenas y que pudo haber cambiado el destino de aquel equipo subcampeón; dijeron eso, lo pensaron, de igual modo lo pensé yo y lo sigo pensando, pero no, más allá, creo que la mística regresó y por ende, esos jugadores se acordaron de su condición y en consecuencia salió el resultado.
Con este precedente, en solo horas, Cuba saltará a la grama del legendario Tokyo Dome para buscar ante Australia su pase a semifinales y volver a reescribir la historia. Todo valdrá, otra vez los conjuros y los rezos, esta y aquella cábala; no obstante, en este contexto una idea se impone…uno de los grandes está de vuelta.
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