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Se jugaba el quinto juego de las finales de la NBA de 1997, en la década que lograron dominar ampliamente los Chicago Bulls, en ese entonces luchando por su quinto campeonato ante unos siempre complicados Utah Jazz, quienes vivían su mejor época y eran hasta candidatos serios para ganar por primera vez en su historia.
Solo que tuvieron la mala fortuna de tropezarse con el considerado mejor jugador de todos los tiempos de este deporte, Michael Jeffrey Jordan, a quien no le pudieron hallar una manera de frenarlo, aunque esa noche estuvieron muy cerca de doblegarlo.
La serie estaba igualada a 2 victorias, y se volverían a medir en el “Delta Center” de Salt Lake City; el Jazz con su arsenal de siempre encabezado por el dúo Karl Malone-John Stockton en lo que sería el último partido en su cancha de esa temporada, por lo que tenían que salir con toda la carne en el asador.
Desde un inicio sabían que la clave era tratar de contener los ataques de “Su Majestad”, que como ya era costumbre, no bajaba de 30 puntos en estos encuentros decisivos.
Pero esa noche a Jordan se le vio algo extraño y diferente, más pálido de lo normal y con cierta dificultad para correr y con la sudoración al más alto nivel; cada vez que se iban al banquillo, Scottie Pippen lo tenía que ayudar a caminar, porque le costaba sostenerse por sí mismo.
A leguas se le notaba enfermo, y de una vez el pronóstico daba para una gripe, dado sus gestos y aspecto corporal; de inmediato las especulaciones apuntaban hacia una deshidratación producto de un malestar estomacal. Pero entonces nos preguntamos, ¿Qué le habría ocasionado tal malestar?
De igual forma, las alertas se mantenían encendidas en toda la afición de Chicago, viendo a su líder con signos de debilidad; pero cuando recibía el balón en sus manos lo que menos mostraba era debilidad y los rivales se tuvieron que tragar 38 tantos de un aparente vulnerable jugador, pero que a su vez se encontraba en llamas.
A pesar de la marca personal que tenía, la mayoría de sus tiros en el “Clutch” entraron; los Bulls se llevaron la victoria y luego en el sexto duelo en el “United Center” lograban su quinto trofeo en menos de 6 años; pero aún todos se están preguntando sobre si lo que realmente tenía MJ esa noche era una simple gripe o fiebre.
La confesión
Y resulta que no fue así; mucho se habló también de una intoxicación a raíz de una comida que llegó a consumir un día antes de ese partido; en efecto, en el famoso documental de Netflix “The Last Dance” lo terminara de confesar, tratándose de una pizza que él pidió estando en el hotel de concentración, un día antes.
Fue el único en pedir esa pizza de toda la delegación, para fortuna del equipo; “Eran las diez o las diez y media de la noche y me entró hambre. Sólo yo comí aquella pizza. Luego me desperté a las 2:30 de la madrugada y vomité por todos los lados. Así que no, aquello no fue una gripe“.
Algo que también llegó a testificar su preparador físico Tim Grover, a quien debieron llamar de emergencia en horas de la madrugada para atender el asunto; este hizo su trabajo al llamarle la atención al líder de los Bulls, pero éste no le aceptó y terminara hasta insultándolo.
Un episodio que 26 años después no se olvida con facilidad, porque el jugar con ese evidente malestar un encuentro de finales ante Karl Malone y ser el MVP, pues es como para hacerle mil estatuas; nadie pudo detenerlo y el resto es historia.
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