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Todavía lo recuerdo, en verdad es imposible no hacerlo, pues hasta hace poco, apenas par de años, su imagen allí en lo profundo del Yankee Stadium era todo un referente dentro del mundo del béisbol y muchos al hablar o evocar siquiera de un modo somero el uniforme a rayas de los Yankees, al instante pensaban en él.

No tenía el calado de un Derek Jeter, no, incluso así, siempre serio, con el ceño fruncido a cada instante, dando la impresión de estar enfadado en todo momento, pero igual, de este modo, sin la gracia de Mickey Mantle o Yogi Berra, a su manera, Brett Gardner también era un líder.

La figura

Ahora mismo si tuviese que decir un nombre  en el cual se plasmen la lealtad y el arraigo hacia una camiseta, ese nombre sería el de Brett Gardner, sin dudarlo. Desde aquel 2008 y durante los siguientes 14 años, el hombre de mediana estatura y casi 200 libras de peso, capaz de jugar en cualquiera de los tres jardines, fue un sempiterno protagonista en todo lo acontecido con los Yankees de Nueva York durante este lapso de tiempo.

Hoy, con el paso de los años, puedo entender a cabalidad aquella especie de obsesión que tenía Joe Girardi con Gardner, era una manía, siempre lo quería en el equipo, de primer bate o segundo o noveno, debía estar, daba pocos jonrones pero chocaba la bola, robaba bases, era bien rápido, el prototipo del clásico pelotero capaz de mantener vivo el espíritu del juego y eso gustaba, lo volvía diferente.

La leyenda

Como olvidar su legado durante aquella zafra de 2009, cuando sin mucho ruido, de manera sigilosa, se erigió en una pieza fundamental para la obtención de aquel anillo 27 frente a los Filis de Filadelfia. Tal vez en ese punto del camino, se pueda marcar la génesis de su leyenda y es que Gardner fue uno de esos imprescindibles de los que hablaba Bertolt Brecht, de los que luchan todos los días.

Su impronta llegó a adquirir tal dimensión que estando en el banco, sus gritos, animando a los compañeros en el terreno eran como una especie de ritual, cada vez que Gardner sonaba el bate contra el techo de la banca de Yankees, era un llamado al combate, como en aquellos episodios que tan bien narra Stephen Crane en La roja insignia del coraje.

Ese era Gardner, un tipo duro y tras irse Girardi, en el comienzo de la era Boone, siguió siendo figura en Yankees, después lo dieron por muerto, pero una y otra vez, Gardner renacía, al punto que en 2021, disputó 140 partidos, dejando una hoja de corte de 222/327/362 con 10 jonrones y 39 carreras impulsadas.

Un perenne dilema

Nadie pensó  en el final, había esperanza, los Yankees debían firmarlo por otro año pero no, luego de tejerse toda una trama de suspenso alrededor del veterano, el ansiado contrato no llegó.

Se especuló de todo, que volvería en algún momento, luego que iría a los Mets, más tarde  que era inminente su regreso a casa, pero su casillero seguía vacío mientras los Mulos batallaban con los sonados problemas en los jardines.

En este trance se encuentra el asunto al sol de hoy, en medio de brumas, no hubo despedida, ni nada y cierto sinsabor quedó flotando en el ambiente, sigue ahí, unos se siguen aferrando a la idea de que Gardner volverá, otros sin embargo, compungidos, se resisten a decir adiós.