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Dicen por ahí que la edad es un estado mental y quizás por ello a sus 37 años, Luka Modric parece uno de esos eternos guerreros destinados a opacar las inclemencias del tiempo.

Modric tiene 37 y al escribir el número la sensación de ser un mero simbolismo es lo que se impone, pues si bien su rostro no es aquel rostro juvenil de hace diez o doce años, si bien es así, su destreza y esa inteligencia propia de los grandes, siguen ahí.

En la élite

La mayoría, con razón sigue hablando y hablará de Andrés Iniesta y del polémico Xavi Hernández Creus, pero el balcánico ha sumado los méritos suficientes para ser ubicado en la élite y esto también es un hecho; hablamos de Champions, de Ligas, de Copas del Rey, de podios mundialistas, también de coraje y un corazón inmenso, curtido entre el ruido ensordecedor de las balas y el hedor de la muerte, allá en los Balcanes.

 

Si hoy en el universo del Real Madrid se ajustan los detalles para la extensión de Modric y hasta se comenta de un adiós soñado allí en el legendario Santiago Bernabéu para 2024, si esto sucede mientras le doy forma a este texto es porque se trata de Modric, un jugador único, de esos que saltan a la cancha cada veinte o treinta o cuarenta años.

Modric, el eterno

Pasan los técnicos, los días, las semanas, muchos se van y Modric se queda, permanece; es un imprescindible con Zidane, con Ancelotti, la mano derecha de Kroos y antes la conciencia de Casemiro.

 

Puede incluso no estar, desaparecer, ser un espectro durante 50 minutos o una hora de partido, pero de igual modo su trazo sigue siendo fino y así, cuando nadie se acuerda de él, vuelve y aparece y saca un pase a gol, luego otro, después dos más o desde la esquina del área le pega como los dioses, como un alter ego de Sucker o Prosinecki o Maradona mismo.

Esto fue lo que vimos hace unas jornadas contra el Barcelona y allá en Londres ante el Chelsea; Modric en estado puro, el incombustible, el salvador del Madrid y si mañana deciden hacerle una estatua junto a la Estación del Mediodía o en Cibeles habrá sido poco, Modric lo merece todo, desde aquel Balón de Oro, hasta la última palabra de la última línea en la crónica que hoy escribo.