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Era un vaho nauseabundo, de esos que salen de las tabernas y ella no lo entendía, no entendía nada de hecho; apenas había sido un susurro, casi imperceptible, pero igual eso le molestó y cuando la niña atinó, solo le dio tiempo a sentir la fuerza del golpe en su pecho. Miraba y seguía sin entender, era su padre, así, barbudo, con los ojos llenos de cólera, más parecido a una bestia que a un padre pero lo era y ella a sus 14 años no podía comprender que un simple comentario iba a ponerlo así…
Hace un año, eso era lo que quedaba de Josh Hamilton, aquel que un su día pudo ser una leyenda del béisbol, pero entre drogas y alcohol, decidió morir en vida luego de transitar hacia ese mundo paralelo que emerge de las adicciones. Era un despojo humano que liberaba su frustración como lo suelen hacer los despojos humanos, haciendo daño. Del béisbol no quedaba nada, ni recuerdos, era Hamilton siendo poseído por sus demonios.
La última página
Ese día del que hablamos al principio, el 30 de septiembre de 2019, Hamilton golpeó a su hija, que en ese instante no era su hija, era algo, cualquier cosa menos eso, su hija, puede que una cosa simplemente.
Semanas después, durante el juicio, tal como lo reseñó ESPN, se dio a conocer que los episodios violentos eran algo normal en el entorno de la familia Hamilton, pero aquello había sobrepasado los límites de la brutalidad.
A comienzos de febrero del 2022, el otrora jugador de Rojos de Cincinnati, Vigilantes de Texas y Angelinos de Anaheim, fue condenado de manera irrisoria a un año de libertad condicional diferida, siendo obligado a pagar una multa de 500 dólares y a recibir clases de crianza y manejo de la ira.
Tocó fondo y en ese instante, durante la sentencia, ante los ojos de todos, se sucedieron los recuerdos de antaño:
Como viejos recuerdos
Los Rays lo eligieron en el Draft de 1999 y su historia como pelotero pudo, debió haber quedado allí, resumida a ese momento, pues si bien tenía el talento, ya desde entonces, Josh Hamilton, con solo 18 años, era un adicto.
En su autobiografía publicada originalmente en 2008 con el nombre de ” Beyond Belief” o ” Increíble” en español, Josh Hamilton cuenta sobre aquellos años. Había sido un niño sobreprotegido y eso lo marcó, sentía que estaba como en una cárcel, sin ningún tipo de libertad, pero al firmar por casi 5 millones de dólares, sintió como si miles de puertas se le abrieran a la vez.
Su primera adicción fueron los tatuajes, luego el alcohol, más tarde la cocaína…
Fue sancionado y en consecuencia enviado a jugar en Ligas de Desarrollo, hasta que en 2007 recaló en Cincinnati, debutando con un average de 292, además de 19 jonrones y 47 carreras impulsadas.
Luego vendrían sus años de gloria con Texas; cinco años en los que ganó un Derby de Jonrones, fue dos veces All Star, ganó un MVP y quedó a las puertas del anillo de Serie Mundial en par de ocasiones.
Firmó con los Angelinos por cinco años y 125 millones de dólares, pero entre lesiones y constantes recaídas por el tema de las adicciones, a pesar de pegar 21 vuelacercas y empujar 79 carreras en 2013, su estela se disipó por completo.
¿ Quién vuelve de ahí?
Intentó regresar con los Vigilantes, pero era tarde, algo imposible diría, como uno de esos personajes de Dostoievski en El sepulcro de lo vivos, Josh Hamilton había decidido perderse para siempre.
Ya nadie o muy pocos lo recuerdan, al buscar en internet, lo primero que aparece es su ficha en Baseball- Reference, casi al unísono, se puede leer esa triste narración de lo ocurrido en aquel septiembre de 2019 y la posterior condena, después, la nada.
¿ Quién vuelve de ahí?- me pregunto.