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Fue criticada por muchos, a veces hasta la saciedad, simplemente por ser mujer y ser brillante en el baloncesto, pero, así y todo, Teresa Durán no cejó en querer demostrarle a sus detractores y a sí misma lo que podía lograr en un deporte tradicionalmente liderado por los varones.

Su físico imponente, sus gestos, su garra en todo momento, la hicieron merecer el respeto de sus rivales y si bien Durán desarrolló la mayor parte de su carrera en el baloncesto doméstico, la mayoría de los especialistas dentro y fuera de Dominicana coinciden que poseía el nivel suficiente para imponer su estilo en cualquier competición, tal como lo demostró siendo refuerzos de varios clubes en Sudamérica.

El comienzo

La hija pródiga de Wachupita, aquella que naciera en 1965 en esa barriada de Santo Domingo que a veces da la idea de haber quedado detenida en el tiempo; la hija pródiga de Wachupita sostuvo una especie de amor eterno con las Águilas, había quedado prendida del juego desde el mismo instante que como espectadora, con solo 11 años, vio jugar a Los Astros de Montecarlo frente al Club San Lázaro.

La discípula predilecta de Máximo Bernard, debutó en 1981 con la selección nacional y a partir de ese momento, la rutilante estrella encadenaría una serie de loables resultados que reflejan hoy su impronta dentro del deporte quisqueyano.

Hoja de servicios

Ya en 1982, sería un puntal en el desempeño del elenco criollo que obtendría la medalla de bronce en los Juegos Centroamericanos y del Caribe celebrados en La Habana, Cuba.

Con Teresa siendo la figura principal, el combinado dominicano obtendría dos bronces consecutivos a nivel centroamericano en las ediciones de 1986 y 1990.

En este último torneo, Durán llegó a compilar 24 cartones por partido, guarismos que superaría con creces tres años después, al sumar 27,2 puntos por encuentro.

Momentos cumbres

Uno de sus momentos cumbres llegaría en 1998, cuando en Maracaibo, Venezuela, sería el artífice de una medalla de plata histórica, guiando a buen puerto a la selección nacional en aquellos Juegos Centroamericanos celebrados en tierras morochas.

Cuatro años después, a las puertas del retiro y como el mejor colofón para su brillante carrera, Teresa se vuelve a erigir como pieza fundamental en la medalla de oro que el combinado de féminas de Republica Dominicana obtendría en los Juegos Centroamericanos de San Salvador.