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Han pasado las horas pero una vez más, el tiempo transcurrido ha valido la pena y dentro unos días, al mirar hacia lo profundo del jardín central en el Dodger Stadium, veremos su nombre perpetuado en el lugar sagrado donde hace tiempo debía estar.

Y estarán Don Newcombe, Fernando Valenzuela y Kirk Gibson y también él, Manuel Mota, Manny, como le conocen todos en República Dominicana y más allá.

Casi seis décadas han pasado desde aquel primer día de 1969, cuando el quisqueyano vistió por primera vez la franela de los Dodgers, plantando bandera en ese rincón de Los Ángeles y firmando uno de esos pactos de amor eterno, de los que son para siempre.

La leyenda

Es Manny Mota, el que idolatraba a Jackie Robinson y creció admirando a Willie Mays y cuando su debut allá por 1962 con los Gigantes de San Francisco deslumbró por sus habilidades con el bate- un artista- dijeron y de modo callado, dando pruebas de incontrastable calidad día tras día, empezó a trascender. Así llegó a Pittsburgh y fue mejor, marcando incluso una época junto al legendario Roberto Clemente y en el 69, cuando su llegada a los Dodgers, el destino conspiró para que su historia diera un giro radical y cambiara para siempre.

Un ídolo, el emergente por excelencia, ese al que no le temblaba el pulso en los instantes de mayor tensión y una y otra y cientos de veces, respondía, chocando duro la bola, como un maestro, dirigiéndola hacia cualquier parte del terreno, haciendo ver tan fácil lo que a otros les costaba tanto.

Brillante en todo

Manny Mota, el jugador, el entrenador, el locutor; excelente en todo, el que brilló en su tierra, fue un símbolo con el Licey y en general en la LIDOM, pero su estela, esa que conocemos hoy, se forjó, tomó forma durante esos 13 años en que Manny Mota defendió la franela de la mítica franquicia angelina.

Sí, como lo lee, trece años con los Dodgers de los Ángeles y sus números lo dicen todo, 315 de average, 765 de OPS, 12 cuadrangulares y 226 carreras impulsadas, por ello al mirar su placa en el templo de la franquicia, allá en lo profundo del jardín central del Dodger Stadium, solo nos restará quitarnos el sombrero y bajar la cabeza ante la leyenda.